7 de abril de 2025
Maternidad y no maternidad: la lucha por rescatarnos del capitalismo patriarcalMaternidad y no maternidad: la lucha por rescatarnos del capitalismo patriarcal
Por María Teresa Martínez Guerrero*
Punto de partida
La negatividad para definir nuestra identidad como mujeres nos persigue. Hace ya varias décadas que Simone de Beauvoir dijo en El segundo sexo que “no se nace mujer, se llega a serlo”, y explicó mediante la dialéctica hegeliana que, en el patriarcado, una mujer es una “no hombre”, pues el patriarcado lo coloca en el centro de todo, es la medida de todas las relaciones humanas y lo masculino es lo bueno, positivo y deseable. Ese mismo sistema de dominio masculino institucionalizado que subordina e invisibiliza a las mujeres, ha impuesto el binomio brutal “mujer-madre” para concebir nuestro horizonte identitario. La capacidad biológica de reproducirnos ha sido transformada patriarcalmente en inventos como el “instinto materno” y la retahíla de ideas que acompañan un supuesto ser femenino que encuentra su realización y plenitud en la maternidad. De ahí que sea completamente disruptivo pensar que una mujer no quiera ser madre, pues es como si no terminara de ser, es la “incompletud”. De hecho, no hay una denominación que afirme a las mujeres sin hijos, sino que se les piensa en negativo, son “no madres”.
Las relaciones patriarcales se han perpetuado por las condiciones económicas capitalistas que someten diferenciada y radicalizadamente a las mujeres, pero también por un sistema ideológico muy poderoso, el “amor romántico”, una utopía emocional o un sentimiento idealizado entre dos personas que se relacionan erótica y/o afectivamente a partir de dos principios epocales: la propiedad privada (característica del capital) y la pretensión de incondicionalidad y de eternidad (propia del cristianismo). Por ello es que se piensa que si el amor no es total, incondicional, eterno, exclusivo y no lo soporta todo, no es amor verdadero y hay que seguir buscando hasta encontrar uno así. En ese sentido, una mujer que finca sus relaciones afectivas dentro de este modelo espera que su pareja quiera procrear con ella, porque sólo así podría asegurarse de que se trata de un amor absoluto y perfecto. Que ella quiera o no ser madre, ya pasa a otro plano, aquí lo primordial es que existan condiciones que le permitan decir sí o no a la maternidad.
Desde luego que hay diferencia entre parir y criar. En los años setenta, Adrienne Rich realizó una distinción pionera entre la maternidad como institución patriarcal (motherhood) y la maternidad como experiencia de las mujeres (mothering), y las vio como sujetos con capacidad de cuestionar, crear y resistir —desde dentro— las restricciones e imposiciones de la institución de la maternidad (Rich, 1986). El patriarcado ha impuesto la idea de que las mujeres somos las principales cuidadoras de la familia y eso implica un trabajo doméstico que se naturaliza como parte de nuestras funciones socio-biológicas. Problematizar en torno a esto, es lo que me propongo en este trabajo.
La maternidad en el contexto actual
El espíritu de época que hoy impera cuestiona de múltiples maneras las relaciones históricamente normalizadas entre hombres y mujeres, y está perfilado por el feminismo de la llamada “cuarta ola” que señala y denuncia, principalmente, la violencia sexual y la explotación económica diferenciada en contra de las mujeres. Sin embargo, paralela y paradójicamente, las mujeres hemos accedido a la educación superior como nunca antes, de un total de 4 004 680 de hombres y mujeres en edad de cursar este nivel educativo, 1 888 837 son mujeres, según cifras del INEGI para el ciclo escolar 2021-2022. Un aumento significativo, frente a 1 004 461 mujeres en educación superior, en el ciclo 2000-2001 (INEGI, 2023). Es un aumento insuficiente pero importante, no tanto porque eso garantice movilidad social, sino que la preparación y educación formal de las mujeres sí redunda en una mejor calidad de vida, mayor capital cultural y mayor conciencia sobre el cuidado de sus cuerpos, sus derechos y, por supuesto, su maternidad. Cabe aclarar que este texto no pretende expresar una idea única de la maternidad, sólo está motivado por mi sentir y mi pensar como mujer que, por diferentes circunstancias, accedió a la educación superior y de posgrado. De manera que, en esta ocasión, son mujeres como yo en las que estoy pensando. Por ello es que pienso en las últimas manifestaciones feministas universitarias que denuncian violencias sistémicas y estructurales para contextualizar mi problematización sobre la maternidad.[1] Ciertamente, hay otras manifestaciones políticas de las mujeres fuera de estos círculos, dentro de la misma ciudad o en zonas rurales indígenas o no, madres buscadoras que se organizan para encontrar a sus hijas o hijos desaparecidos o mujeres defensoras del territorio, o sindicalistas luchando por mejores condiciones de trabajo. Sin embargo, para efectos de desarrollar la preocupación que he planteado en este texto, son las movilizaciones citadinas, universitarias o relacionadas con éstas, las que consideré pertinentes mencionar, pues es el ambiente en el que principalmente me desarrollo.
El problema
Pensar la maternidad o la no maternidad no se reduce a la mera decisión personal, pues aun lo propio o individual se construye colectivamente, además de que está determinado por múltiples factores que exceden a cada mujer. Así, uno de los espacios en los que se ha cuestionado el binomio “mujer-madre” es en el círculo de mujeres que se han abierto paso en la vida política, en la preparación académica y en el ejercicio de sus profesiones. Como mujer de cuarenta y un años, profesionista, feminista, de izquierda, y padeciendo la precariedad laboral, me interesa problematizar los motivos que tienen mujeres en circunstancias semejantes a las mías para decidir ser o no ser madres. Entiendo que se trata de un grupo pequeño (en relación con el número total de mujeres en edad reproductiva en México), pero que tiene una importancia en lo simbólico más que en su aspecto numérico (CONAPO, 2000).[2]
En la Ciudad de México, para el ciclo escolar 2018-2019, había 10 428 mujeres con estudios de posgrado (especialidad, maestría o doctorado) (INEGI, 2019), mientras que en ese mismo periodo, se contabilizaron 2 153 000 mujeres de entre 15 y 44 años de edad (INEGI, 2019), rango etario que incluye a mujeres en edad fértil, mujeres en edad de cursar la educación superior y, desde luego, ese pequeño número de poco más de 10 mil mujeres posgraduadas. Esto es relevante porque el esfuerzo histórico y acumulado de generación en generación, especialmente de las clases trabajadoras, para que las mujeres pudiéramos educarnos formalmente, desarrollarnos profesionalmente y participar políticamente, ha redundado en que ese reducido pero significativo número de posgraduadas y profesionales hayan tenido que posponer o renunciar a la maternidad o, incluso, a la vida familiar para lograrlo. Así lo ilustra la Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica, donde se señala que la renuencia femenina a procrear aumentó de 18.3% en 2014 a 24.2% en 2018 (Méndez, 2023). Lo anterior contrasta con el hecho de que, al parecer, la mayoría de las mujeres en México no se conflictúan o no ven en la vida precaria una razón suficiente para no ser madres, pues del total de la población en 2021, 48.7 millones son mujeres de 12 y más años, y de ese total, 32.7 millones son mamás (INEGI, 2022). Aquí influyen factores que exceden a las intenciones de este trabajo, pero no podía dejar de mencionar estos datos.
Insisto, haré referencia a las preocupaciones generales sobre la maternidad o la “no maternidad” de mujeres como yo, habitantes urbanas de la Ciudad de México que viven en contextos individualizantes, donde, al mismo tiempo prevalece el modelo nuclear de familia. Finalmente, sin pretender realizar una investigación cuantitativa, recurriré a estadísticas oficiales para ilustrar algunas posturas o preocupaciones, además de considerar los sentires y las reflexiones en torno a la maternidad o la “no maternidad” que me compartieron algunas mujeres de mi generación, todas ellas trabajadoras, profesionistas, sin hijos/as, unas feministas y otras no.
Sobre el deseo
Existen múltiples abordajes para hablar de maternidad. Aquí comenzaré por plantear brevemente la cuestión del deseo porque es un factor importante en aquello que se ha denominado “péndulo de la maternidad”, que es el proceso de toma de decisión sobre ser o no ser madre y refiere a los momentos en los que parece que ya no hay dudas y luego éstas vuelven, produciendo, muchas veces, angustia.
Para discutir sobre el “deseo de ser madre” o, incluso, sobre el “deseo de no ser madre”, conviene recordar primero que, para el psicoanálisis, el deseo es el deseo del “Otro”, siempre se constituye como si fuera una demanda externa que está en el orden simbólico del lenguaje y del orden social que nos constituye como sujetos y sujetas deseantes. Por lo que es muy difícil saber qué tan propio es el deseo y qué tanto viene de afuera. Lo que deseamos, normalmente está retroactivamente constituido por lo que creemos que “deberíamos querer”. Entonces, si somos mujeres, “deberíamos querer” ser madres porque eso es lo que se espera de nosotras, de acuerdo con el binomio “mujer-madre”. Así, para el patriarcado “necesitamos” ser mamás para que el mundo sepa y reconozca que somos mujeres, es decir, para obtener aprobación.
Luego, aparentemente, el deseo aparece como propio, pero no es tan propio porque fue implantado desde afuera, desde la cultura, la historia, la sociedad, es decir, desde la mirada patriarcal asumida y ejercida por los otros, pero también por nosotras mismas. De manera que la satisfacción del deseo no es realmente para la sujeta deseante sino para “el Otro” que juzga el mérito del deseo, en este caso la familia, las amistades, la pareja o la sociedad en general, que esperan de las mujeres su realización como madres. Por otro lado, habría que preguntarnos si la “no maternidad” también es un deseo propio o externo. Las mujeres que hoy tenemos entre cuarenta y 45 años de edad, de clase social baja, pertenecemos a una generación cuyos padres, interesados en nuestra movilidad social —primordialmente— o en nuestro desarrollo profesional, nos insistieron mucho en que un embarazo (joven) significaría la cancelación total de nuestro plan de vida, siempre nos lo plantearon como el peor de los escenarios posibles, quizá porque así fue la historia de nuestra madre o abuela. Familia e institución escolar cerraron filas para advertirnos dramáticamente que lo primero era estudiar, desarrollo profesional y estabilidad económica. Muchas lo asumimos. Sin embargo, para la clase media y media baja con acceso a la educación profesional universitaria, esa estabilidad económica no llegó o no ha llegado pese a la formación académica y, en multitud de casos, los hijos tampoco porque la primera era la condición de posibilidad para éstos. En este sentido, mujeres que tempranamente decidieron que no querían ser madres, al reflexionar en torno a la idea de que el deseo se gesta externamente, ahora se preguntan si su “no maternidad” fue decidida por deseo propio o por la adopción de las expectativas de afuera (familia, escuela), o por las condiciones materiales precarias que experimentan.
En el movimiento feminista hay una consigna muy pronunciada “la maternidad será deseada o no será”. Frente a esto podríamos preguntarnos ¿la “no maternidad” también será deseada o no será? Porque, excluyendo las determinantes de salud o condiciones biológicas o fisiológicas particulares de mujeres en edad reproductiva pero no fértiles, una de las razones más potentes para decidir no ser madre o para postergar los hijos es el asunto económico, seguido por el del desarrollo profesional. Y no es un temor infundado, de acuerdo con datos ofrecidos por el Grupo de Información sobre Reproducción Elegida (GIRE), 5 de cada 10 mujeres profesionistas mexicanas abandonaron sus estudios tras el nacimiento de sus hijos (GIRE, 2019). Se sabe que la precarización laboral golpea más a las mujeres que a los varones y que aún hay una importante brecha salarial entre ambos. Las mujeres invierten más de su tiempo que los hombres en el cuidado de la familia y la casa. De acuerdo con las estadísticas presentadas por “México ¿cómo vamos?”, las mujeres padecemos más la precariedad porque trabajamos por una menor paga, en promedio, durante más horas y mayoritariamente en la informalidad. Y de la población económicamente activa, 59 338 419 habitantes, las mujeres que se encuentran en “pobreza laboral” son 22 750 997, frente a 18 680 466 hombres (CONEVAL, 2023).
Aunado a lo anterior, los ingresos son menores para las mujeres, tanto en la economía informal como en la formal, a nivel nacional y de acuerdo con información actualizada al tercer trimestre de 2023, en promedio, las mujeres perciben en la economía formal $11 088, mientras los hombres perciben $12 689. En tanto que, en la informalidad, las mujeres perciben $5 289 y los hombres $7 100 (México ¿Cómo vamos?, 2022).
En buena medida, las precarias condiciones económicas y las desventajas en términos del trabajo de cuidado son las que orillan a las mujeres a decidir no ser madres. Es ampliamente cuestionable si eso podría constituir una decisión libre, pues mientras las mujeres tengamos que seguir decidiendo entre la maternidad y la seguridad económica, y entre la maternidad o el desarrollo profesional, no podemos hablar de una libre elección. Circunstancias que, por supuesto, no son motivo de preocupación para las mujeres de clase alta, cuya vida material está resuelta. El GIRE ha planteado un concepto que aborda precisamente la necesidad de condiciones materiales adecuadas que garanticen la toma de decisión sin presiones socioeconómicas, le ha llamado “justicia reproductiva”, que consiste en el “conjunto de factores sociales, políticos y económicos que permiten a las mujeres tener el poder y la autodeterminación sobre su destino reproductivo. Para ello, es indispensable garantizar sus derechos humanos tomando en cuenta la discriminación y las desigualdades estructurales que afectan su salud, sus derechos y el control de su vida. Incluye también la obligación del Estado de generar las condiciones óptimas para su toma de decisiones” (GIRE, 2019).
En un país como México, con una economía primarizada y con un empleo formal a la baja, son las trabajadoras informales o autoempleadas quienes más sufren la desigualdad económica porque no gozan de un sistema de seguridad social que las proteja. Ni qué decir de la posibilidad de acceder a los afamados avances científicos y tecnológicos para la reproducción, los cuales sólo pueden ser adquiridos y aprovechados por quienes cuentan con los recursos económicos para ello. Se sabe que en los países industrializados —es decir, países beneficiados con la transferencia de valor que se produce en los países de la periferia, como México— se retarda la edad media para parir por primera vez, que va de entre los 35 y los 40 años (Sampedro, 2002), pues las mujeres tienen mayor acceso a la educación formal y, con ello, a mejores expectativas de desarrollo personal y profesional. La situación en México es contrastante, según el INEGI, la edad promedio es de 21 años y, más aún, hay más mujeres adolescentes embarazadas que mujeres de entre 30 y 35 años embarazadas (Gobierno Edomex, 2022). Mientras que es una minoría de mujeres quienes posponen o renuncian a su maternidad, como lo vimos con las cifras al inicio de este texto.
Razones para no ser madre: lo no económico, pero fundamentalmente eso
Existen factores psicológicos, emocionales, culturales, además de los económicos, para la no maternidad. De acuerdo con Yanina Ávila González, el término “elección”, cuando de maternidad o “no maternidad” se trata, es muy poco útil porque se encuentra fuertemente asociado al ethos liberal, el cual concibe al individuo como un ser racional que, luego de hacer cálculos de costo beneficio, elige. Sin embargo, decantarse por ser o no ser madre es algo mucho más complejo que realizar operaciones de factibilidad o rentabilidad. Se trata de un proceso lleno de tensiones, contradicciones y muchas emociones que ponen en juego la realidad de las mujeres. De ahí que exista el llamado “péndulo de la maternidad”.
Hay mujeres que tienen muy clara la decisión de no ser madres,[3] aunque son muy diversos los motivos. Hay quienes tomaron esa decisión porque consideraron que no se ajustaban al modelo hegemónico de maternidad que exige ternura infinita, sacrificio e incluso renuncia a un plan propio de vida. Podríamos decir que se trata de una decisión por sentir que se encontraban “en falta”. Por otro lado, están las mujeres cuya historia de dolor en el seno de su familia las inhibió para decidir y asumir la maternidad. Hablamos de relaciones con madres, padres o cuidadores muy tormentosas que conscientemente no quieren ser reproducidas por esas mujeres que de niñas sufrieron. Por su parte, están las mujeres que, motivadas por la conciencia ecológica y de la tendencia al detrimento ambiental, prefieren no exponer su descendencia a la hostilidad cada vez más agravada del planeta. También se encuentran las mujeres que, a partir de militar en alguna corriente del feminismo, llegan a la conclusión de no ser madres por significar un modo de sometimiento. Especialmente, aquellas influenciadas por la llamada “segunda ola del feminismo”, de la que Simone de Beauvoir es una de las principales representantes y quien identifica a la maternidad como una institución creadora y reproductora de las desigualdades de género en las que el patriarcado se sostiene. Baste recordar la dramática descripción que Beauvoir hace sobre la maternidad, sobre el embarazo y lo que significa para las mujeres esa condición, un estado de servidumbre. Por ello, la maternidad fue denunciada como una estrategia que pretendía sustituir el desarrollo integral de las mujeres, y se planteó que la emancipación de las mujeres pasaba por la renuncia a la maternidad.
Esa segunda ola del feminismo dejó una profunda huella que se siente hasta el día de hoy, momento histórico en el que una “cuarta ola feminista” llega con preocupaciones sobre el cuerpo y sobre la violencia en contra de las mujeres, pero también, una época en que las contradicciones propias del capital se recrudecen y se profundizan, por lo que la desigualdad y sus efectos se expresan con más violencia sobre las mujeres, sobre todo de las clases trabajadoras. El capital y su reproducción se ven favorecidos con el trabajo doméstico, pues es el que permite la producción de valor de modo indirecto pero insustituible. De acuerdo con Sandra Ezquerra, “el capital no sólo se apropia de plusvalor, sino también de enormes dosis de trabajo gratuito que reproduce la mano de obra a un coste menor que si se reprodujera exclusivamente mediante el acceso al mercado. El trabajo no remunerado participa en el ciclo del capital, determina el nivel de vida o coste de reposición de la mano de obra y, como resultado, define la tasa de ganancia que se puede extraer de ella” (Ezquerra, 2023).
En este sentido, Silvia Federici desarrolla la noción de “patriarcado del salario” o la dependencia que las mujeres se ven obligadas a tener del salario masculino (Federici, 2018: 17). En estas circunstancias, el varón se vuelve vigilante y usufructuario del trabajo no pagado e invisibilizado de las mujeres, especialmente, el cuidado de la familia, aunque, en última instancia, es el patrón el mayor beneficiario de este trabajo femenino. Actualmente, y según cifras del INEGI, en promedio, las mujeres dedican al trabajo doméstico y cuidado de las y los niños, 31 horas a la semana más que los varones (INEGI, 2002). Más aún, de acuerdo con datos de la Cuenta Satélite del INEGI sobre el “Trabajo no remunerado de los hogares”, las mujeres pierden 7.3 horas de tiempo libre al casarse; caso contrario a lo que pasa con los hombres, ya que ellos ganan 2.9 horas. Así lo afirma Mónica Amilpas García, en entrevista para la Coordinación para la Igualdad de Género de la UNAM (Chávez, 2023). Además, de acuerdo con el INEGI, 28 de cada 100 mujeres ejercen su maternidad sin pareja. Siete de ellas son madres solteras y 21 están separadas, viudas o divorciadas, lo que hace que el trabajo de “maternar” sea todavía más desgastante en todos los sentidos, situación que ha significado un impacto negativo en la salud física y emocional de las mujeres. Así lo señalan estudios como el de María Martha Montiel Carbajal, investigadora del Departamento de Psicología y Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Sonora, en su texto “La conformación psicosocial del maternaje y su impacto en la salud de la familia”. Montiel explica cómo el papel de protectora del bienestar familiar produce un excesivo agotamiento en la mujer que se ve obligada a ejercer un maternaje intensivo y extensivo, lo que merma su salud física y emocional (Montiel, 2023). Misma tendencia señala el estudio “Salud mental materna: factor de riesgo del bienestar socioemocional en niños mexicanos”, que estudia la prevalencia de síntomas depresivos y de ansiedad en las madres. Las mujeres que son madres trabajadoras difícilmente cuentan con una red consistente de apoyo que las soporte materialmente, lo cual redunda en lo psicoemocional (Villaseñor, 2017). Esto, por ejemplo, no es un problema para las mujeres de clase alta que pueden pagar asistencia y apoyo para el cuidado de sus hijas o hijos, y satisfacer sus necesidades, sin sacrificar su desarrollo profesional.
Nos encontramos en una deriva tal de desigualdad que solamente unos cuerpos pueden maternar, sólo algunas mujeres de clase social alta pueden tomar libremente esa decisión porque no están constreñidas por la precariedad económica y porque, si su decisión es postergar lo más posible su maternidad para desarrollarse personalmente primero, luego pueden costearse tratamientos de medicina reproductiva. En ese caso, incluso, pueden -si quisieran, prescindir de una pareja que las acompañe emocional, física y materialmente en el proceso, pues pueden proveerse de otro tipo de redes de apoyo. Y es que resulta que, al final, la cuestión económica sí es definitoria porque entre mejor posición tengas, más libertad tienes también para decidir, especialmente en contextos urbanos, pues fuera de éstos, las relaciones sociales y las redes de cuidado son diferentes, aunque no por ello mejores o menos opresivas para las mujeres, sólo que las valoraciones se hacen desde otras perspectivas. De ahí la resonancia que tiene la consigna “el género nos une, pero la clase nos separa”, pues la explotación económica y la opresión patriarcal se viven diferenciadamente, según la clase social a la que se pertenezca.
Recuperar el deseo propio, rescatar la maternidad del capitalismo patriarcal
Despojadas de la opresiva idea del “instinto materno”, rechazando la idea de que la maternidad nos realiza como mujeres, comprendiendo que el “deseo” no es un acto solipsista, sino que proviene de fuera, del “Otro”, aún así, la sensación de injusticia que experimentamos en medio de las condiciones de desventaja para decidir libremente ser madres o no serlo, es grande. Ganamos espacios públicos, derechos y educación, pero perdimos, o quizá nunca tuvimos, libertad real de decisión. Así surgen las preguntas, ¿es posible recuperar el deseo para hacerlo realmente propio?, ¿es posible rescatar la maternidad del capitalismo patriarcal?, ¿cómo podríamos recuperar el deseo propio o construirlo desde horizontes no patriarcales?, ¿cómo relacionarnos con nuestra maternidad en potencia o no, desde otras construcciones que no pasen por el amor romántico?
Al inicio de este trabajo, estaba motivada por cuestiones personales que me han angustiado, pues me encuentro subida en el “péndulo de la maternidad”. Quise explorar las experiencias de otras mujeres, saber qué y cómo se configuraban los sentires y encontrar espejos en los cuales mirarme para compartir la desazón y, en el mejor de los casos, encontrar respuestas. Comencé por explorar la cuestión del deseo porque no podía entrar directo al tema y, definitivamente, he sentido el deseo de ser madre, aunque, en realidad, he sentido más el deseo de maternar o criar que de parir. Me pregunté si ese deseo era propio o me venía, no del mandato de la sociedad patriarcal para ser reconocida como mujer, pero también me enfrenté a una pregunta más incómoda para mí, ¿quiero ser mamá para demostrar la fuerza e integralidad que una mujer con cierta formación y militancia política feminista debe tener? Es decir, identifiqué un afán por poder con todo —lo cual no es muy feminista que digamos—, trabajar, prepararme, militar políticamente y maternar. En todo caso, el deseo de criar, de compartir experiencias con un hijo o hija, de formarlo o formarla como me hubiera gustado que hicieran conmigo, aprender cosas nuevas con él o ella, exponerme a la fragilidad de la vida, todo eso y más, lo hallo perfectamente legítimo.
Una crianza en resistencia que supere el usufructo del trabajo doméstico por parte del capital sólo es posible a partir de pensar otras maternidades, para comenzar, una muy deseada desde la conciencia propia y colectiva. Si el deseo se produce y se consolida desde colectividades muy “Otras”, desde la resistencia política, entonces, quizá podremos hablar de la recuperación del deseo que nos permita vivir un proceso natural de vida, siempre que se quiera, como es el hecho de reproducirse y de rescatar a las madres del capitalismo patriarcal.
Pensar en el maternaje, más allá de parir, tendría que pasar por una reconfiguración de las relaciones sociales opresoras y explotadoras. Y así como la crianza y el trabajo doméstico son para el capital muy funcionales para garantizar la producción indirecta de valor pues, como ya nos decía Federici, la economía capitalista obtiene enormes ventajas de la especialización de las mujeres en el cuidado de hijos e hijas; entonces, quizá desde ese mismo campo social, desde el maternaje, podríamos también librar batallas fundamentales que den profundidad a la lucha de clases. Y es que, parafraseando a Rosa Luxemburgo, el feminismo que no es de izquierda carece de estrategia, pero la izquierda sin feminismo, carece de profundidad.
Finalmente, la lucha sigue siendo por erradicar la explotación y la dominación. Sólo en medio de condiciones materiales no capitalistas podríamos tomar decisiones más libres y propias, construyendo relaciones de poder contrahegemónicas. Un inicio que aún se ve lejano sería la “justicia reproductiva”, mejores condiciones para las trabajadoras, como estancias infantiles, salas de lactancia, comedores, entre otras. Hasta donde hemos visto, la vida en comunidad, la recuperación de la colectividad y de lo que ahora las zapatistas llaman “el común”, es la alternativa para ello. Es en comunidad y en la construcción de relaciones colectivizadas de cuidado, donde las mujeres podríamos combatir la crianza sofocante, más aún, es en esas relaciones donde podríamos decidir si queremos o no embarazarnos, o qué tanto deseamos posponerlo sin ser injustamente tratadas. Quizá a eso deberíamos dedicar nuestros esfuerzos, y no derrochar energías en buscar o construir relaciones con varones que se sienten —muchos sí lo están— rebasados por las mujeres en proceso de emancipación.
Bibliografía
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Villaseñor, C., J. Calderón Hernández, E. Gaytán, S. Romero y F. Díaz-Barriga (2017). “Salud mental materna: factor de riesgo del bienestar socioemocional en niños mexicanos, Revista Panamericana de Salud Pública [Pan American Journal of Public Health], 41, 1, <https://doi.org/10.26633/rpsp.2017.1>.
[1] Tal es el caso del movimiento generado entre 2019 y 2020 en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el cual mantuvo en paro varias escuelas y facultades demandando seguridad y justicia para las víctimas de acoso y violencia sexual, con lo que las autoridades universitarias se vieron en la obligación de aceptar cambios normativos en favor de las estudiantes. Otro caso es el de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) que, en 2023, se mantuvo durante tres meses en paro de actividades y con sus cinco planteles tomados por mujeres que exigían un alto inmediato a la violencia de género en contra de las alumnas. Ambos casos son movimientos sociales de nuevo tipo, con características muy diferentes a los movimientos feministas de años pasados. Los movimientos actuales no tienen un liderazgo específico y unificado, son más confrontativos, horizontales y no temen ser asociados con el uso de la violencia, la cual han visto como un medio de comunicar e impactar. Buscan modificar las normas, pero no se conforman con eso.
[2] Según cifras del Consejo Nacional de Población, el 1.4% de mujeres unidas en edad fértil declaró que su ideal era “no tener descendencia”, Conapo, Cuadernos de salud reproductiva.
[3] En este caso no se consideran las mujeres que, por cuestiones biológicas, fisiológicas o de salud no pueden tener descendencia, más allá de si quisieran o no.
* María Teresa Martínez Guerrero. Doctora y licenciada en Ciencia Política por la UNAM, maestra en Filosofía Política por la Universidad Autónoma Metropolitana. Profesora de la UNAM, en la Facultad de Estudios Superiores Aragón. Investigadora independiente de temas educativos, género y de precarización laboral. Militante feminista y en defensa de la educación pública y gratuita, y los derechos laborales. Acompañante de procesos formativos sobre educación alternativa y organización política del magisterio, especialmente de maestras de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación.