7 de julio de 2025
La crisis del neoliberalismo y el auge del fascismo, dos caras de la una misma monedaLa crisis del neoliberalismo y el auge del fascismo, dos caras de la una misma moneda
Por Miguel Ángel Urrego Ardila*
El auge de los movimientos de derecha y extrema derecha que, en años recientes, ha sacudido al mundo genera un importante debate en torno al uso del concepto de fascismo, con el cual se pretende caracterizarlos. También hay una polémica por la explicación de la coincidencia de este fenómeno en países con contextos tan opuestos como España, Alemania, Argentina, Estados Unidos, Colombia y la India. Un tercer tema de debate es el uso del concepto de populismo para referirse a los movimientos progresistas de América Latina y a su posible deriva autoritaria.
El debate en torno al concepto con el cual caracterizar a los movimientos de derecha y extrema derecha es complejo, pues no hay consenso ni en el contenido de las definiciones ni en su asociación con partidos específicos. En el mundo académico contemporáneo podemos encontrar definiciones como “extrema derecha”, “derecha radical”, “neopopulismo”, “supremacistas blancos”, “populismo radical de derecha”, la variación “derecha radical populista”, fascismo, neofascismo o posfascismo. A nuestro juicio, la proliferación de términos se explica porque las definiciones resaltan sólo un aspecto específico de la práctica o la ideología de las organizaciones a las cuales se hace referencia y, por otra parte, existen dudas sobre su empleo en diferentes contextos y realidades a las ya conocidas de las primeras décadas del siglo XX. Además, se constata un uso político de los conceptos. Es decir, en ocasiones se quiere condenar a un personaje asignándole una etiqueta. Por ejemplo, en el caso de Vladimir Putin la academia occidental proclive a la guerra lo llama fascista, aunque hay temor en muchos autores para quienes no es conveniente asumir un señalamiento tan “fuerte”. Por nuestra parte preferimos emplear en la mayor parte de los casos el concepto de fascismo. Por tal motivo, creemos necesario detenernos brevemente en explicar cómo entendemos el fascismo y qué balance hacemos de las polémicas teóricas más importantes, especialmente de su relación con el neoliberalismo.
Los usos del concepto de fascismo para caracterizar a movimientos de extrema derecha.
El especialista italiano Piero Ignazi establece una diferenciación entre partidos de extrema derecha de corte fascista tradicional y una nueva extrema derecha propia de la era postindustrial que se caracteriza por aceptar el juego “democrático”. [1] Esta propuesta es seguida por gran parte de la academia occidental. Aunque la distinción permite resaltar las particularidades de algunos movimientos y partidos, especialmente su adaptación al uso de redes sociales y formas alternativas de comunicación, nos parece discutible pensar que el solo hecho de participar en elecciones la aleja del fascismo. Estas interpretaciones olvidan que el fascismo histórico participó varias veces en elecciones y que una vez en el poder, como lo hacen muchos movimientos contemporáneos, recurrió en varias ocasiones a la figura del plebiscito y a la estratagema de “consultar” la opinión del “pueblo”. La historia del siglo XX ha demostrado que las democracias occidentales han sabido recurrir a los métodos ilegales y al terrorismo para imponer dictaduras, hombres fuertes o para impedir el ascenso de partidos reformistas o incluso disidentes de derecha. También hay varios casos en los que las fuerzas de extrema derecha contemporánea han estimulado a sus seguidores a desconocer la democracia formal y a intentar golpes de fuerza (como lo hicieron los seguidores de Donald Trump en Estados Unidos o Jair Bolsonaro en Brasil). Muchos movimientos combinan acciones legales, como la participación en elecciones, con acciones ilegales e incluso con el terrorismo, como la derecha colombiana que asiste a elecciones, pero promueve el paramilitarismo, el pánico económico, el asesinato de dirigentes sociales y permanentemente promueven un golpe de Estado contra el presidente Gustavo Petro. Finalmente, la mayor parte de estas organizaciones de extrema derecha dicen esperar la oportunidad de pasar a la ofensiva para aplicar plenamente su ideología, que no es otra que el legado fascista.
En resumen, participar en elecciones, aceptar la democracia formal, invocar ininterrumpidamente al “pueblo” o afirmar incansablemente que el líder es su representante y que lo defiende de enemigos que quieren impedir el cambio y las reformas, no es un argumento que impida el uso hoy del concepto de fascismo. De hecho, el fascismo se caracteriza por ser un movimiento de masas y por tener una agenda política de reformas que prometen una edad dorada.
Otro aspecto de la polémica es el señalamiento de que el concepto de fascismo sólo es aplicable a una experiencia ubicada en un tiempo y espacio específico: Alemania e Italia en la década de los treinta del siglo XX. Este planteamiento tiene implicaciones de tipo académico y político. En primer lugar, desconoce como fascistas otras experiencias políticas, como la dictadura de Franco o el Japón de los años treinta. Igualmente, a los movimientos y partidos que en diferentes momentos han existido en América Latina. En segundo lugar, pensar que se trató —en pasado—, de una anomalía histórica y, por tanto, de algo irrepetible es un error. Este tipo de interpretaciones suprimen la relación entre capitalismo y fascismo, con lo cual se impide valorar adecuadamente la experiencia nazi y el mundo actual.
Un tercer aspecto de la polémica es el uso político e ideológico del concepto de fascismo. Algunos establecen una asociación entre fascismo y comunismo con la intermediación de la noción de totalitarismo. Para la historiografía fascista, representada por Eric Nolte, Hitler sólo empleó un modelo establecido por los bolcheviques y, por tanto, el enemigo de las democracias es el comunismo. Filósofos y analistas internacionales, como Anna Arendt, usaron el concepto de totalitarismo para unificar las experiencias de la Alemania y la Unión Soviética y con ello instauraron en las ciencias sociales un concepto que se emplea a capricho por los especialistas occidentales para caracterizar a gobiernos como el de Chávez, Maduro o Putin. [2] Los más ignorantes, o los más manipuladores, señalan que como el partido de Hitler empleó en sus siglas la expresión “socialismo” o “socialistas” esto constituye evidencia de que hay nexos entre el marxismo y el fascismo. Finalmente, existe un uso político del concepto con la pretensión de rechazar a partidos político, como AfD de Alemania; gobiernos como el de Viktor Orbán de Hungría; o candidatos cuya popularidad les garantiza el triunfo en elecciones como es el caso del nacionalista y proruso Calin Georgescu en Rumania, todo en nombre de la democracia, representada supuestamente por el SPD alemán o Emmanuel Macron en Francia. Pero, paradójicamente, son estos gobernantes los que empujan al planeta a la guerra nuclear y establecen un gobierno orwelliano de absoluto control de sus ciudadanos.
Fascismo, neoliberalismo y capitalismo
El uso del concepto de fascismo resulta problemático para algunos académicos, sin embargo, como señala Enzo Traverso, el concepto hoy resulta inapropiado e indispensable a la vez, y por ello prefiere hablar de postfascismo para destacar su continuidad y, a la vez, su transformación.[3] Opinión que permite mayores posibilidades de reflexión, pues acepta que existen algunos hechos que evidencian su continuidad en el tiempo.
Nuestra hipótesis sobre las bondades del uso de este concepto para caracterizar partidos y movimientos que tienen presencia en el mundo de hoy, parte de vincular estrechamente el auge de estos partidos con la crisis del neoliberalismo y de manera más general con el capitalismo. En concreto creemos que la oleada de partidos de extrema derecha se origina en el hecho de que el neoliberalismo encontró en el fascismo una posible solución a su crisis manifiesta a nivel planetario desde 2008.
A nuestro juicio el aspecto determinante es la dificultad de mantener el modelo neoliberal en funcionamiento a raíz de su crisis más reciente, la cual se manifiesta en la combinación de pauperización del mundo laboral, desaparición de los logros del Estado de bienestar, imposibilidad de una vida digna y pérdida de fe en el futuro. De allí la emergencia de discursos basados en soluciones fantasiosas, que alaban el uso de la violencia y el terror y que sólo esperan una oportunidad para lanzarse a la toma del poder.
En la política europea más reciente podemos observar que el fascismo difunde la idea de encontrarnos en un momento de “degeneración” total de la sociedad. Evidentemente, el malestar se origina en la situación producida por el propio capitalismo que primero alimentó los sueños de igualdad política y económica para justificar la implementación del neoliberalismo y, posteriormente, sumergió a las naciones en una precariedad absoluta, alterando con ello las jerarquías, la situación de las clases, las expectativas de futuro y el orden político. Finalmente, ante el caos generalizado —la “degeneración”—, enarbola las consignas de un retorno a una grandeza nacional y alienta un patriotismo exacerbado, de allí que tales pronunciamientos sean frecuentes en las proclamas de los partidos de extrema derecha. Lo particular es que este retorno al orden perdido o la promesa de un futuro próspero se basa, nuevamente, en el establecimiento de un enemigo, que generalmente se asocia con la acción de agentes desestabilizadores y que hoy se identifican rápidamente con sectores que aparentemente corroen las tradiciones, el orden y la grandeza nacional: el comunismo y los migrantes. Es sabido que a comienzos del siglo XX, en el caso alemán fueron los comunistas y los judíos los enemigos y hoy se ha incluido a los inmigrantes. Por ello no son extraños tampoco los lamentos permanentes por la “islamización” de Europa.
La relación entre capitalismo y fascismo es obviada por la mayor parte de los historiadores y politólogos. La etapa imperialista del capitalismo llevó a la consolidación de la globalización, a la supremacía del capital financiero y a establecer la opción de la guerra como instrumento de reordenamiento de la economía y el orden mundial, es decir, de la redistribución de los mercados. La revolución de octubre polarizó la política internacional y los sectores capitalistas esbozaron los argumentos de la libertad y la democracia para justificar las guerras de agresión contra la Unión Soviética y la represión al comunismo a nivel interno. De manera que la destrucción de la URSS y los partidos y movimientos que la sustentaban fue una prioridad para el capitalismo internacional. No obstante, la especulación financiera llegó a su límite en octubre de 1929 generando una crisis sin precedente. La necesidad de ganancias a partir de la redistribución de los mercados llevó a los imperios a intentar nuevamente la guerra. No es gratuito que el fascismo se erigiera como solución al crac de la economía, a la existencia de la Unión Soviética y, paralelamente, desatara una ofensiva sobre el orden colonial existente en aquel entonces a través de las invasiones italianas y alemanas en Europa y África. De esta manera, el capitalismo intentó resolver, a través del fascismo, los problemas que limitaban el incremento de las tasas de ganancia. De allí que en un primer momento hubo tolerancia por parte de las potencias europeas al rearme alemán y al ascenso de Hitler y sólo fue enfrentado cuando la guerra se extendió por toda Europa.
La interpretación que reconoce la relación entre capitalismo y fascismo resalta un vínculo total entre el capital financiero, el imperialismo y el fascismo. El punto de vista parte de la explicación de la forma cómo se comporta el capital financiero en la etapa imperialista. En el campo del marxismo, aunque no existe una respuesta única a la relación mencionada, ha sido motivo de grandes debates teóricos y políticos a partir de las primeras décadas del siglo XX. Las definiciones y las relaciones las estableció inicialmente Giovanni Zibordi para quien había tres consideraciones básicas para entender el fascismo: la contrarrevolución burguesa contra la revolución proletaria, la revolución de las clases medias contra el liberalismo y la revolución paramilitar contra el Estado.[4] Luego, los representantes de la Escuela de Frankfurt, que padeció en carne propia el ascenso de Hitler al poder y observó la sociedad estadounidense desde adentro, llegó a la conclusión de que se trataba de una solución política inherente al capitalismo.[5]
A partir de entonces se ha venido formando una lista bastante extensa de historiadores y filósofos marxistas que han incorporado aproximaciones desde diversos campos, incluido el psicoanálisis, con lo que han hecho más compleja la definición de fascismo y la relación con el capitalismo, especialmente, con la introducción de temas culturales e ideológicos a la clásica relación que hemos señalado, especialmente por parte de autores como Herbert Marcuse, Erich Fromm y Wilhelm Reich.
Recientemente, esta unidad entre capitalismo y fascismo es abordada a partir de las formas de gubernamentalidad que se desarrollan en la modernidad y que necesariamente evolucionan hacía el fascismo. Esta alternativa de reflexión se origina a partir de la obra de Michel Foucault, aunque, como en el caso del marxismo, concurren varias posibilidades de interpretación al interior de esta corriente, pues existen divergencias, énfasis específicos y matices conceptuales; las feministas, por ejemplo, acentúan unas perspectivas más ideológicas y priorizan la lucha contra el patriarcalismo. Quizás el tema que puede ilustrar estos debates sea el de la elaboración de una consideración distinta al modelo propuesto por Foucault sobre la existencia de dos tecnologías de poder: la que se basaba en la disciplina y la que se basa en la biopolítica. Filósofos como Maurizio Lazzarato, retomando propuestas iniciales de Gilles Deuleze, proponen la existencia de una tercera forma para caracterizar el capitalismo contemporáneo: sociedades de control, que se caracterizan por el uso de tecnologías de acción a distancia dirigidas a intervenir los cerebros de las personas con el propósito de administrar los procesos de subjetivación. Por otra parte, no son pocos los casos en que los autores articulan a Marx y al último Foucault.
¿Es el populismo la vía al fascismo en América Latina?
En el caso de América Latina hay un debate bastante amplio en torno a la pertinencia del uso del concepto de fascismo para caracterizar a algunos movimientos y partidos. Por una parte, hay suficiente evidencia de la existencia de tales organizaciones a comienzos del siglo XX en países como Brasil, Argentina o México. Igualmente, existen importantes estudios en torno la amplísima presencia del fascismo alemán e italiano en el financiamiento de las organizaciones latinoamericanas.
También genera polémica entre los académicos la posibilidad de que los golpes militares puedan caracterizarse como fascistas. Quienes abordan el tema se preguntan si los militares que tomaron el poder en los años setenta del siglo pasado tenían un proyecto cultural, una organización de masas y una ideología que pueda ser identificada con el nazismo. Con el interrogante quieren señalar que no es suficiente con el que los militares estén en el poder y que empleen la violencia y el terror.
Otro aspecto de la polémica sobre el fascismo en América Latina es el empleo de los conceptos de “populismo de extrema derecha”, “populismo de derecha dura” o de “neopopulismo” para caracterizar algunos gobiernos y movimientos progresistas o de extrema derecha. La amplia difusión del término populismo en los últimos años ha generado la tendencia a catalogar como populistas a expresiones políticas opuestas como Donald Trump, AfD (Alternative für Deutchland), Evo Morales, Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Podemos de España y López Obrador.[6] El problema se complica cuando consideramos que Federico Finchelstein en tu texto Del fascismo al populismo en la historia (2018), no solamente hace una completa caracterización del populismo sino que señala el peligro de que se transforme en fascismo. Define el concepto de populismo en los siguientes términos:
una visión de la política extremadamente sacralizadora; una teología política que considera que sólo los seguidores del líder iluminado son miembros verdaderos del pueblo, la idea de un líder que esencialmente se opone a las elites, la idea de que los antagonistas políticos son enemigos del pueblo, traidores potenciales (o consumados) de la nación, pero todavía objeto de represión violenta; el concepto de un líder carismático que encarna las voces y deseos del pueblo y la nación en su totalidad, un brazo ejecutivo fuerte combinado con el desdén discursivo, y a menudo práctico, de los brazos legislativo y judicial del gobierno, los esfuerzos constantes por intimidar al periodismo independiente; un nacionalismo radical y un énfasis en la cultura popular o incluso la cultura de la fama contrapuestos con formas de expresión distintas, que no representa el “pensamiento nacional”; y, finalmente, un apego a una forma autoritaria de democracia electoral antiliberal.[7]
El segundo hecho significativo de la aproximación de este autor es que establece puentes entre el populismo y el fascismo. En otras palabras, señala la posibilidad de la deriva autoritaria de algunos populistas. El tema es fundamental para América Latina, pues más allá del evidente uso político para desprestigiar opositores, sí existen proyectos que se proponen hegemonía absoluta y control sobre la justicia, el legislativo, las principales instituciones del Estado e, incluso, las que regulan la presencia y la acción de la sociedad civil. Todo en medio de una amplia exhibición y represión de quienes disienten.
En síntesis, existe una amplia polémica internacional en torno a la caracterización de partidos y movimientos de derecha como fascistas. En este proceso hay un uso masivo de expresiones que van desde populismo a neofascismo. Es evidente que en ocasiones hay un uso ideológico y político con el propósito de deslegitimizar proyectos de los considerados opositores, razón por la cual hay que separar con cuidado los argumentos de la basura ideológica. Para América Latina el debate es muy importante por la manera como se emplea la noción de populismo para incluir a los gobiernos progresistas y, a la vez, los de extrema derecha. El cuidado está aquí en no dejarse llevar por la propaganda y la retórica gubernamental en la que permanentemente se hace invocación al pueblo y a la condena a unas elites. Por nuestra parte creemos que el concepto es necesario emplearlo para caracterizar una tendencia política mundial que se origina en la búsqueda de respuesta a la crisis del modelo neoliberal y que resucita la xenofobia, el racismo, el nacionalismo, el anticomunismo, la violencia y la guerra. Por otra parte, creemos que el fascismo es una experiencia inherente al capitalismo y que cuando las circunstancia apremian se le entrega todo el poder en un aparente intento de resolver las crisis y como un medio para el control total de la vida de los ciudadanos.
Bibliografía
Finchelstein, Federico, Del fascismo al populismo en la historia, 2018.
Ignazi, Piero, Extreme Right Parties in Western Europe, Oxford, Oxford University Press 2006.
Ignazi, Piero, Postfascisti?: Dal Movimento Sociale Italiano ad Alleanza Nazionale, Roma, Il Mulino, 1994.
Traverso, Enzo, Totalitarismo. Historia de un debate, Buenos Aires, EUDEBA/ Universidad Autónoma de Buenos Aires, 2001.
Marcuse, Herbert, El hombre unidimensional, Madrid, Seix Barral, 1968.
Moffitt, Benjamin Populismo. Guía para entender la palabra clave de la política contemporánea, México, Siglo XXI Editores, 2022.
Traverso, Enzo, Totalitarismo. Historia de un debate, Buenos Aires, EUDEBA/ Universidad Autónoma de Buenos Aires, 2001.
Traverso, Enzo, The New Faces of Fascism. Populism and the Far Right, Londres, Verso, 2019.
Zibordi, Giovanni, “Crítica socialista del fascismo” citado en David Beetham, Marxists in Face of Fascism, Manchester, Manchester University Press, 1983.
[1] Piero Ignazi, 2006 y 1994.
[2] Enzo Traverso (2001) alerta sobre los usos políticos e ideológicos del concepto de totalitarismo.
[3] Enzo Traverso, 2019, p. 4.
[4] Giovanni Zibordi, “Crítica socialista del fascismo” citado en David Beetham, 1983, p. 88.
[5] Herbert Marcuse, 1968.
[6] Benjamin Moffitt (2022, pp. 15-16) comienza su texto haciendo un listado de los dirigentes a quienes se ha catalogado como populistas o reivindican tal concepto. Sobresale el hecho de que caben todo tipo de dirigentes y partidos, sin importar si son de izquierda o de derecha.
[7] Federico Finchelstein, 2018, p. 41.
* Miguel Ángel Urrego: Doctor en Historia por El Colegio de Mexico y la Universidad de Puerto Rico; miembro del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Michoacana de San Nicolas de Hidalgo; miembro del Sistema Nacional de Investigadores (Nivel II); especialista en historia politica y cultural de America Latina. Sus libros más recientes son: Extrema derecha, populismo y fascismo en America Latina (2023) y Marx, el marxismo y los decoloniales. tergiversaciones, olvidos, reacomodos (2021).
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