17 de noviembre de 2025
Control obrero y acción directa en el nunca quieto piso de fábrica en los setentas del siglo XX.Control obrero y acción directa en el nunca quieto piso de fábrica en los setentas del siglo XX.
Por Gerardo Necoechea Gracia*
- Control obrero y acción directa
En 1919, Antonio Gramsci describió las comisiones internas en las fábricas de Turín y consideró que esa era la forma de la democracia obrera. Dos años después reflexionó algo más sobre las comisiones y concluyó que los consejos obreros eran el vehículo para el control obrero de la producción. Paul Mattick revisó la noción de control obrero en 1967, en particular con relación al desarrollo del movimiento obrero revolucionario en la primera mitad del siglo XX. La cuestión del control obrero, para él, fue la diferencia entre los sindicalistas revolucionarios y los socialistas, en tanto los segundos contemplaban la integración y permanencia de las organizaciones obreras en la sociedad capitalista, mientras los primeros consideraban el control obrero de la producción como meta que requería la acción directa en el día a día de la lucha de clases. Acorde a Mattick, el control obrero era incompatible con el capitalismo. El historiador David Montgomery retomó la noción de control obrero, en 1976, para estudiar a los obreros calificados en Estados Unidos en el siglo XIX. Dos décadas después, Jonathan Brown reunió varios estudios que exploraron el control obrero en América Latina a través del siglo XX.[1] Lo que estos autores enfatizan es precisamente el control obrero como forma de conceptualizar los variados enfrentamientos cotidianos entre los trabajadores y sus patrones en el punto de producción.
Los historiadores del trabajo y de la clase obrera en México han prestado poca atención al control obrero. El sesgo ha sido hacia estudiar el proceso y la organización del trabajo, olvidando hasta cierto punto a los trabajadores que llevan a cabo la labor. La presente investigación, por el contrario, lleva la mirada a las variadas acciones obreras que enfrentan día a día la rutina fabril impuesta por el capital.
- Lucha de clases en el piso de producción
Acciones individuales e inconformes
La explotación en el trabajo asalariado concita respuestas que van de la fuga a la resistencia a la protesta y la oposición. Probablemente la respuesta individual es la más común, y puede incluir ausentismo, indiferencia a las tareas realizadas, alcoholismo.[2] Esas prácticas no dejan rastros discernibles para el historiador, a lo sumo, listas de ausentes y accidentados que pueden ser testimonio del disgusto y el riesgo en el trabajo. Existen otras acciones de trabajo que, si bien individuales, requieren la complicidad de otros.
Una de ellas es la expropiación de tiempo, es decir, dedicar una parte del tiempo que compra el patrón a actividades otras que el trabajo productivo. Altagracia entró a trabajar a la fábrica textil Río Blanco cuando tenía 14 años, en 1922, y dejo la fábrica en 1971. Mientras recordaba que había tenido buena relación con sus compañeros de trabajo y que nunca había peleado con ellos, le vino a la mente una anécdota, que introdujo afirmando “Los hacia yo bailar.”
¡Ay si era yo . . .! Ya era vieja. Ya mero iba yo a salir y era yo creo el demonio. ¿Sabe usted por qué? Porque estaba un señor que era tejedor y lo pasaron a las canilleras. Iba yo a dejar mi hilo, ahí voy con el armón, a dejar el hilo. Y le decía yo—Don Polo baile usted ¿no?—claro que yo creyendo que ya se había ido el director Beltrán.
–No, porque se enoja Dios.
–No, ni lo ve a usté, está en el techo.
–No, porque se enoja el patrón.
–No, ya se fue almorzar.
–Oh bueno, va usted a trabajar ¿sí o no?
–¿Va usted a bailar? Baile usted una cumbia—sacaba yo mi cuchillo—¿Baila usted o no?
–Bueno, sí voy a bailar.
Y comenzaba a bailar. Mis compañeros de ahí comenzaban a tocar un bote. Bailaba re chistoso y decía es usted el demonio.
–Sí, le decía yo. Una cumbia y luego una corridita. ¡Qué bailara! Y me obedecía el pobre señor.[3]
Este incidente seguramente ocurrió en los años sesenta, dado que ella explica que ya estaba cerca de jubilarse.
Otro trabajador de la misma fábrica, contemporáneo de Altagracia, relató una anécdota semejante. A él le gustaba la fiesta taurina y con frecuencia satisfacía su gusto en las horas de trabajo. Le pedía a un compañero que tomara dos cuchillos, que los tejedores mantenían muy filosos, y lo embistiera mientras él tomaba un pedazo de las mantas que producía la fábrica a manera de capota. En realidad, explicó, él quería ser torero y no obrero textil, de manera que de hecho pasó una temporada en la Ciudad de México probando suerte sin mucho éxito.[4] Altagracia y Juan acostumbraban a usar parte del tiempo de trabajo para divertirse, y eran conscientes de que transgredían las normas laborales.
La siguiente generación de trabajadores efectuó prácticas similares. El propósito de Everardo no era la diversión sino el estudio. Él trabajó en las minas del sur de Chihuahua, en Santa Bárbara. Entró a los dieciocho años, en 1972, y en ese tiempo estaba estudiando la secundaria. Un día típico consistía en despertar a las 5 de la mañana para estar en la mina a las 7, salir del trabajo y correr a tomar el autobús para trasladarse a Parral, donde estaba la secundaria y salir de la escuela, correr nuevamente a tomar el autobús de regreso, hacer algo de tarea y descansar. El día no le alcanzaba para estudiar y hacer tarea, de manera que en la mina se apresuraba a sacar su cuota de producción y avisaba al resto de la cuadrilla que iba a refundirse en algún rincón escondido, para ponerse al corriente en sus estudios.[5]
Claudio también era estudiante, en la preparatoria nocturna de la ciudad de Saltillo, y quizás un horario igual de pesado y ajustado lo convencía de propiciar un momento de respiro y descanso en la fábrica. Él trabajó en el departamento de armado y revisión de motores en la fábrica de International Harvester entre fines de los años sesenta y principios de los setenta. El grupo de trabajo estaba estrechamente vigilado por un supervisor y era difícil, pero no imposible, lograr un momento de distracción. Claudio rememoró una de las prácticas: un trabajador iba a beber agua y regresaba con un cono de papel con agua que aventaba al trabajador que estaba soldando. “Estaba con los aparatos y la mascarilla, ¡pirrpirrpirr!, y le aventábamos los conos de agua y empezaba ¡tuftuftuf! […] Y se paralizaba la línea, eh, era la manera así muy… Sí, porque ya el otro güey, oye un accidente”. En otras ocasiones forzaban la ausencia del supervisor aventando hacia el ventilador las bolsas protectoras llenas de talco que traían los embalajes. “¡Fuisss! Parecía neblina… ¡Hijos de la chingada!—exclamaba el supervisor—. No, pues quién sabe. Algo pasó allá arriba”, respondían ellos. Mientras estaba ausente el supervisor no paraban el trabajo, pero si disminuían el ritmo y platicaban. Estas y otras prácticas similares eran travesuras, explicó, para romper la rutina.
Claudio contó una anécdota que introduce otro aspecto de las acciones de trabajo. Uno de los compañeros de la fábrica participaba en carreras de motocross, y para ello requería de una rodillera y un zapato de acero. Junto con sus compañeros diseñaban y, con la herramienta y el material de la empresa, manufacturaban el equipo.
¿Y ahora cómo lo vamos a sacar? […] Porque en el área donde estábamos era suelo norteamericano, había aduana. Teníamos que cruzar la aduana dos veces al día, o tres algunas veces. Entonces te tenían que checar, y pa’ sacar eso pues era… En piezas. Y otras más grandes, teníamos unos galerones con especie de vía interna, para mover carga pesada. Entonces quedaba tanto así de separada la puerta, y por ahí lo dejábamos caer. Y luego, ya cuando salías agarrabas tu paquetito y ya te salías.
La anécdota hace alusión al frecuente robo hormiga. Claudio comenta se llevaban “tornillos, herramienta, todo lo que querías ahí lo sacabas. Y bueno, pues son prácticas que yo creo todavía se siguen haciendo.” Comentaba entonces con sus compañeros de trabajo que era “una forma de saquear ahí al imperio.”[6] Estas prácticas eran comunes en otros sitios de trabajo. Jorge, que trabajó en la fábrica de triciclos Apache en la periferia industrial de la Ciudad de México, relató como el acero para hacer el eje del manubrio les servía para elaborar lapiceras y otros objetos: todos tenían algún objeto así en su casa.[7]
Estas prácticas muestran las distintas maneras en que los trabajadores expropiaban tiempo y materiales al patrón, e indican su inconformidad sin que ello significara oposición o determinación a enfrascarse en una lucha contra el capital. Al mismo tiempo, muestran que el espacio de trabajo estaba sujeto a un continuo jaloneo y negociación alrededor del uso del tiempo y de la propiedad sobre materiales y productos. Es difícil saber que tan generalizadas eran estas prácticas, aunque podemos suponer que lo eran.
Acciones colectivas y rebeldes
Otras acciones de trabajo tenían un carácter distinto. Eran acciones deliberadas y colectivamente concertadas, de manera que ya era evidente su carácter rebelde. Estas prácticas tenían como finalidad obtener alguna concesión por parte de la empresa, pero también afirmar el control que los trabajadores podían ejercer sobre la producción.
El tortuguismo demostró ser una buena táctica para presionar a supervisores y gerencia. Como lo indica el término, la táctica consistía en desacelerar el ritmo de trabajo y hacer disminuir la producción. Hay frecuentes alusiones a esta práctica en artículos periodísticos o estudios contemporáneos, pero generalmente la evidencia es indirecta. El paro de los metalúrgicos de Las Truchas, en Lázaro Cárdenas, Michoacán, ofrece un buen ejemplo: hicieron paro de un día y la empresa logró que los trabajadores de confianza llevaran a cabo las tareas de producción. Hubo sorpresa entre los administradores cuando descubrieron que ese día la producción de acero aumentó 33% con respecto al día anterior y solo hubo 5 accidentes, cuando el promedio era de 20 al día.[8]
Las entrevistas con mineros de Santa Bárbara contienen descripciones que aclaran el término. Ellos tenían dos maneras de llevar a cabo esta desaceleración del trabajo. Una era rehusarse a trabajar horas extras. Precisamente esa decisión tomaron, reunidos en asamblea el 11 de abril de 1975, para demostrar su inconformidad con el reducido monto que recibieron por reparto de utilidades.[9] La otra la denominaban trabajar apegado a contrato, que también era una decisión colectiva. Así, por ejemplo, le informaban al supervisor que le darían únicamente “lo que marca mi tarjeta”.
En el contrato decía que tú tenías obligación, por contrato, de barrenar ochenta pies, o sea […] los barrenos, donde cargan la pólvora para tumbar el metal, se miden por pies; son unas barras como de una pulgada un cuarto de ancho, o una pulgada y media, y de ese vuelo hacen los agujeros. Entons tú metías diez barrenos, que son unas barras de diez pies, y acabalas, o de ocho pies, con diez acabalabas los ochenta pies que tenías obligación conforme el contrato, porque de los ochenta pies pa’ delante te pagaban un bono, […] se llamaban obras a destajo, que te pagaban una lana, ‘taban los precios… todo el tiempo salías… Nunca ganabas nada. Entons dijimos nosotros: Bueno compañeros, como no pagan nada, vamos a apegarnos al contrato. Tú vas a perforar nomás ochenta pies, todos los perforistas ochenta pies. Y como a la empresa le es incosteable pegar ochenta pies con cada perforista, pos no van a pegar hasta que tengan veinte o treinta barrenos, tres días, porque lo hacían todos los días. Así es que hay se queda. Tú, acarreo—que lleva el metal de donde lo tumban a donde los transportan para afuera—tú tienes que transportar ochenta carros, y en el ochenta y uno te van a poner un bono de ocho pesos, nomás los ochenta, no le eches más. O sea nos apegamos al contrato. ¡No hombre! Los hacíamos que… No, no. Estamos apegados, mira, no es ilegal ni nada.[10]
También, apegados a determinada cláusula del contrato, podían negarse a permitir la entrada de trabajadores ajenos. Así, por ejemplo, “llegaba el ferrocarril y llegaban gente de fuera con camiones cargados: Ahí déjamelos, nadie te los va a descargar, ahí déjalos”.[11]
En el día a día del trabajo la carga acumulada de tensiones o nuevos problemas demandaban solución inmediata. La acción de trabajo podía entonces aparecer espontánea. Un buen día de 1978, por ejemplo, los trabajadores del taller mecánico en Altos Hornos bloquearon la salida de camionetas cargadas de material y piezas para los talleres externos. Aparentemente no había motivo, pero ellos explicaron su indignación porque los jefes de departamento tenían la costumbre de contratar trabajo por fuera, con frecuencia a empresas de su propiedad, y eso reducía su ingreso. También el espontaneísmo aparente se desvanece, porque lo que emergía eran las relaciones solidarias entre compañeros de trabajo de un mismo departamento.[12]
Esas acciones, además, revelan la existencia de liderazgos, en ocasiones formal y en ocasiones informal. La estructura del sindicato minero, por ejemplo, incluía delegados sindicales. Everardo, durante el tiempo que fue delegado, recibió quejas contra el despotismo de supervisores y encabezó paros y sabotajes de trabajo. Este no era el caso en la mayoría de las organizaciones, especialmente aquellos sindicatos que representaban a los pocos trabajadores empleados por una sola empresa y dependían de la Confederación de Trabajadores de México (CTM).
Benedicto trabajó en una empresa en la periferia industrial de la Ciudad de México. Ahí dominaba la Cuarta Sección de la CTM, con jurisdicción sobre varios sindicatos de empresa. En la fábrica de Benedicto, cosa rara, había asambleas regulares y en el transcurso de una de ellas, a fines de 1978, los trabajadores reclamaron a su dirigente su ineficacia y él, indignado, renunció. Eligieron un nuevo delegado y Benedicto fue electo subdelegado. Benedicto, transcurrido un tiempo, comprendió que el puesto era de adorno y que el dominio de la CTM sobre el sindicato impedía tomar acciones que favorecieran el interés de los trabajadores. Indagó con trabajadores de otras fábricas vecinas acerca de cómo cambiar la situación, y ellos lo orientaron hacia el Frente Auténtico del Trabajo. Empezó así el esfuerzo por abandonar la CTM y afiliarse al FAT. La empresa, enterada de su proceder, decidió cesarlo junto con los otros dos trabajadores igualmente activos en el esfuerzo de organización. En la oficina de la gerencia, los jefes le ofrecieron una suma considerable si firmaba su renuncia, a lo cual Benedicto se negó, y dos empleados de seguridad lo escoltaron rumbo a los casilleros. Él y Daniel habían acordado no salir de la fábrica aunque fueran despedidos, de manera que Benedicto corrió hacia la maquina donde trabajaba Daniel y le informó que lo habían corrido. Daniel “de un manotazo presiona los dos botones de las dos máquinas y me dice siéntate, me toma del brazo y nos sentamos en el piso.”
Como si hubiera sido la señal acordada, todas las máquinas de todos los departamentos comenzaron a pararse y la gente a concentrarse donde estamos sentados. Llegaron todos los gerentes a decirme que me parara que no fuera ridículo… La gente por primera vez levantó la vista y a gritarles, que cuál era el motivo. El gerente contesta porque son comunistas [y] alguien gritó, que no supe quien, ¡usted un perro capitalista! Comenzó a subir de tono la voz de los compañeros y a apagarse la de ellos. De repente el gerente dice ¡ya a trabajar! Él se queda, no está despedido. Me dice ponte a trabajar. Así lo hicimos.”[13]
Lo más común en estos enfrentamientos era que la queja proviniera de un solo trabajador o de un grupo o de un departamento completo, y la muestra de inconformidad invariablemente era una acción colectiva encaminada a resolver el problema específico. La acción directa empleada evitaba la intervención de las altas jerarquías del sindicato y la gerencia y obligaba a la negociación inmediata. La amenaza de detener la producción era siempre latente, pero las interrupciones de hecho eran el último paso para lograr el objetivo. Otro tipo de protesta, en cambio, tenía el paro como punto de inicio; aun otras llevaban la acción directa a la calle, en la forma de marchas y plantones. Estos otros tipos de acción quedan por el momento fuera de la intención de este trabajo.
La actitud y las tácticas patronales: lucha de clases en el piso de producción
Dirijo la mirada, en cambio, a gerentes y supervisores. Las acciones de trabajo resultaban de la tensa relación entre trabajadores y esos representantes patronales en el punto de producción. Los ejemplos precedentes muestran que en general los trabajadores respondían a lo que consideraban acciones opuestas a su interés, tales como no respetar la rotación de turnos o el escalafón, acelerar ritmos de trabajo, asignación indebida de tareas de trabajo y otros asuntos similares. No solo se veía afectado su salario, su seguridad y su convivencia con otros trabajadores sino que su punto de vista era descartado de antemano. La oposición, en consecuencia, nacía del carácter déspota y arbitrario de las acciones de capataces, supervisores y gerentes.
En una ocasión, por ejemplo, los mineros de Santa Bárbara se vieron impedidos de atravesar una puerta por la que habitualmente entraban, y ante su perplejidad fueron informados que eran órdenes de la empresa. Tenían entonces que caminar un cuarto de kilometro extra para arribar al mismo punto pero del otro lado de la puerta. Se negaron a hacerlo, y finalmente uno de los “meros jefes” ordenó “¡Ábranla inmediatamente y no la vuelvan a cerrar jamás!”[14] En el centro del país, un nuevo gerente en la fábrica de radios Majestic impuso a las 300 obreras estudios de tiempos y movimiento que resultaron en mayor velocidad de las cadenas de montaje: “Una velocidad endemoniada”, acorde a las obreras. Además, haciendo gala de despotismo, colocó supervisores en cada línea, eliminó descansos y limitó idas al baño. El número de radios producidos por hora aumentó al doble, y en cambio, no hubo aumento de sueldos. La inconformidad generó quejas, y la empresa respondió despidiendo a la secretaria general del sindicato, lo cual a su vez provocó una huelga.[15] En la fábrica de Sabritas, en la Ciudad de México, los obreros hicieron paro para protestar por los descuentos indebidos en el reparto de utilidades y el maltrato de los supervisores; eventualmente ganaron el retiro de cuatro supervisores.[16] En 1977, en Nissan Mexicana, la empresa despidió a varios, incluyendo a un exsecretario general del sindicato, al que acusó de amenazar a un supervisor y de incurrir en sabotaje, tortuguismo e indisciplina.[17] Benedicto relató que era frecuente que él interviniera para evitar que uno o varios obreros golpearan a algún supervisor que había colmado su paciencia.[18]
Las acciones de trabajo comúnmente tenían una determinada secuencia. Podía ser que la arbitrariedad de un capataz iniciara el ciclo; también podía ser que la empresa impusiera cambios en el proceso de trabajo o ilegalmente retuviera salarios o redujera el monto de reparto de utilidades. En esos casos, los trabajadores respondían expresando su inconformidad, interponiendo quejas o llevando a cabo alguna acción. En otras ocasiones, eran los trabajadores quienes tomaban la iniciativa, con frecuencia organizando un sindicato o tratando de democratizar el existente, y entonces la empresa respondía. La respuesta empresarial subía el nivel, ya que tomaba medidas represivas que incluían despidos y violencia, de manera que los trabajadores a su vez respondían intensificando su protesta y así podía seguir escalando el conflicto hasta llegar al paro de labores. Everardo reflexionó, con base en su experiencia como delegado y secretario general del ejecutivo de su sección, que los supervisores y la empresa siempre querían hacer las cosas a su manera y socavar o de plano olvidarse de lo que decía el contrato; querían tener a la gente “todo el tiempo sojuzgada, sin derechos”, y los delegados sindicales y grupos de trabajo debían enfrentar esta actitud día con día, con mayor o menor éxito pero sin ceder nunca.[19]
- Aprendizaje
Un aspecto importante que surge en las entrevistas de historia oral tiene que ver con el aprendizaje. Es importante porque este tipo de información es poco común. En la mayoría de las fuentes escritas en que se registran estas acciones se describe la acción, quizás causas y consecuencias, pero no se reporta la secuencia de experiencias previas que llevan a la acción o el impacto posterior que tienen estas acciones en otros; la acción directa aparece como actos aislados y encerrados en sí mismos. Algunas de las narraciones del recuerdo ofrecen indicios que nos permiten esbozar un proceso de experiencia y aprendizaje.
Claudio, como hemos visto arriba, era obrero de International Harvester, que construía maquinaria agrícola y vehículos pesados. El relata la manera en que interrumpían la producción para ganarse unos minutos de relajación y describe la conducta como travesuras; añade que todo mundo sabía que él y algunos compañeros cercanos “éramos un desmadre.” Claudio relata que, simultáneamente, él había organizado un pequeño grupo de estudio dentro de la fábrica. A la hora del almuerzo, se escabullían por debajo de alguna de las carrocerías que habían armado y hablaban de comunismo, de política y otras cosas mientras comían. En esos años Claudio estudiaba en la preparatoria nocturna de Saltillo, junto con trabajadores de varias fábricas. Uno de ellos era Guadalupe Robledo, trabajador de Zincamex. Guadalupe inició a trabajar ahí en 1967, y era unos dos años mayor que Claudio. Ambos recuerdan que en la preparatoria había un grupo conocido como los comunistas, no por su pertenencia al Partido Comunistas sino porque leían a Marx, Lenin y Mao, también a Sartre. Esas ideas las llevaban a sus lugares de trabajo, como describe Claudio; por eso, las acciones de él y sus compañeros cercanos en la fábrica tenían el aura de travesura, pero también de disidencia. Un grupo de trabajadores de Cinsa-Cifunsa participaban de estas discusiones de ideas de izquierda porque estudiaban en la nocturna, y ello condujo a que examinaran su situación de trabajo, hicieran pintas callejeras denunciando condiciones de trabajo y la complicidad entre patrón y sindicato, y fueran activistas durante la huelga de 1974. El conjunto de acciones, de espacios de discusión y trabajo, y la red de relaciones que los hicieron posibles ofrecen un atisbo de un proceso experimental de aprendizaje que ayuda a comprender las acciones obreras en esos años.
Experiencia semejante vivieron los jóvenes mineros de Santa Bárbara, Chihuahua, donde varios de ellos estudiaban en la secundaria nocturna. La secundaria fue fundada por profesores preocupados por la falta de una secundaría pública en la ciudad y también por ofrecer a los jóvenes los medios para luchar por mejorar su existencia. A esa secundaria llegaron, en 1974, dos miembros de la organización maoísta Política Popular, que brindaron una alternativa organizada para esa lucha, y pronto reclutaron a otros maestros y a varios estudiantes. Everardo ya era parte de la brigada de Política Popular cuando fue electo delegado sindical; entre otras anécdotas, contó que en una ocasión, mientras llevaba a cabo su trabajo despreocupadamente, lo llamaron a la oficina del supervisor. Ya ahí le advirtieron que debía de dejar de causar problemas, porque en otros departamentos de la mina estaban actuando de la misma manera que él había actuado en el suyo. Recuerda Everardo que con una sonrisa condescendiente les hizo ver que él no podía andar mandando a otros trabajadores a hacer cualquier cosa, y que los supervisores podían mejor emplear su tiempo resolviendo las condiciones que causaban insatisfacción; y dicho lo cual, salió silbando de la oficina del supervisor.
Ricardo Llanas, también joven minero y miembro de la brigada, aunque él no asistió a la secundaria nocturna, relató varias de las acciones de trabajo exitosas que he descrito antes. En seguida de la narración descriptiva, interrumpe el recuerdo para reflexionar que fueron aprendiendo sobre la marcha a llevar a cabo esas acciones. “Y le pegamos más que con la huelga, o sea, aprendimos eso… y por ahí le pegábamos y le pegábamos y le pegábamos hasta que: ¡Ey! Vamos a negociar, vamos a platicar…” Su reflexión se suma a los recuerdos de sus compañeros que enfatizan como durante esos años aprendieron a organizar, a conducirse con todos los requisitos protocolarios en las asambleas sindicales, a enfrentar con argumentos y acciones a los viejos astutos y corruptos líderes sindicales y a los patrones, y que ese cúmulo de experiencia los llevó a cambiar sus ideas respecto de sí mismos y del mundo y a actuar para cambiarlo.
Benedicto nació en Oaxaca, en el seno de una familia campesina. Ya de mayor edad migró a la Ciudad de México, estuvo unos años en el ejército y posteriormente buscó trabajo en la bulliciosa zona industrial del norte de la ciudad. Trabajó en una empresa de autopartes, donde fue primero subdelegado sindical y después organizador de un nuevo sindicato, como ya he narrado antes. La narración de Benedicto tiene semejanza a un viaje de descubrimiento, en el que fue acompañado por muchos de sus compañeros. Los trabajadores dejan sentir su malestar cuando critican y fuerzan la renuncia del delegado sindical. Benedicto se convierte entonces en subdelegado y, al correr del tiempo, se da cuenta de que el puesto es de adorno y no conlleva poder para cambiar nada de lo que sucede en la fábrica. Empieza a buscar alternativas, pero no tiene mucho conocimiento del asunto de manera que consulta con trabajadores de fábricas vecinas. Ellos lo dirigen al FAT y es en ese momento que sucede la anécdota de su despido, el paro espontáneo y la suspensión de su despido. Después, Benedicto y otros siguen aprendiendo de obreros de otras fábricas, y también integran un grupo de estudio en el que asesores legales y jóvenes de izquierda tratan con ellos cuestiones de historia obrera, de organización sindical, de leyes laborales y de ideas socialistas. Los trabajadores lograron así su nuevo sindicato, y años después Benedicto formó parte de la dirección nacional del FAT.
El FAT también fue protagonista en una huelga en la empresa SPICER, en 1975. La huelga fue notoria por su duración, la militancia obrera, la represión patronal y gubernamental, y la amplia solidaridad que concitó en la Ciudad de México y el resto del país. No es este el lugar para tratar de la huelga; me interesa, en cambio, señalar el proceso de aprendizaje que incluye la acción directa.
En 1969 hubo un primer movimiento contra los delegados del sindicato, que no los representaban. Aunque era un conflicto entre los trabajadores y el sindicato, la empresa metió mano para respaldar a la dirigencia sindical, y empezó a despedir a activistas. Dentro de la fábrica se distribuía un periódico: “El periódico decía ‘tortuguismo’ y nosotros disminuíamos la producción; decía ‘boicot’ y nosotros perdíamos piezas claves.” Hubo más despidos y la policía entró a sacarlos a punta de pistola. “Aquella vez supimos con quién están las autoridades.”[20]
En 1972 algunos compañeros protestaron porque los delegados seguían sin hacer asambleas y se arreglaban con la empresa directamente y a puerta cerrada. Los compañeros quedaron aislados y despidieron a diez. No estaban bien organizados y no crearon confianza entre el resto. “Eso también nos sirvió de experiencia: si no jalábamos todos parejo no íbamos a poder doblar a la empresa.” El movimiento que llevó a la huelga de 1975 inició por causa de un despido, pero aprovechó la experiencia acumulada en al menos los seis años anteriores.
Como bien afirma la última cita, la acción colectiva concertada era imprescindible, de manera que el aprendizaje iba siempre acompañado de creciente solidaridad entre los trabajadores de una misma fábrica y entre trabajadores de establecimientos distintos. La solidaridad con frecuencia ocurría incluso sin ser solicitada. Por supuesto que lo contrario ocurría también, y los trabajadores desarrollaron por ello maneras de hacer cumplir acuerdos colectivos. Las normas sindicales eran un ejemplo de ello, pero estas no siempre eran el recurso adecuado. Métodos informales eran empleados, y estos, como los procesos de aprendizaje, son difíciles de documentar, incluso mediante la evidencia de la historia oral.
Ricardo Llanas brindó uno de esos raros ejemplos de cómo se hacían cumplir los acuerdos. Recordó que cuando ponían en efecto el tortuguismo, había quienes se atrevían a no acatar la decisión y “la gente le hacía infinidad de cosas: Mira, por ejemplo, teníamos nuestros lockeres, nuestro locker de cada quien, donde venían y nos bañábamos. Pues ahí teníamos… Los empezábamos a sacar y los tirábamos. Llegaban ‘¡Ay mi locker!’ ‘¡Allá está!’ Hasta que se doblegaba la raza que no se disciplinaba a los acuerdos de las demás gentes.” Ahí donde la sociabilidad y la solidaridad fallaban, el ridículo y la presión grupal lograban el resultado.
Conclusiones
Las acciones descritas muestran la lucha de clases no como un momento dado y excepcional ni como una fase determinada de desarrollo, sino como un elemento de la cotidianeidad laboral: la lucha de clases en el punto de producción es parte del proceso productivo, y es un aspecto que condiciona, limita y configura cómo ese proceso es llevado a cabo. Esas acciones, vistas de manera individual, tenían objetivos muy precisos, pero vistas en conjunto muestran una disputa continua por el control de la producción: cómo, cuándo, cuánto debe ser producido. Tomadas de esta segunda manera, ofrecen un atisbo de otra concepción del trabajo y la producción. Son, en este sentido, las acciones que muestran la concepción obrera del mundo.
Mucho puede decirse respecto de esta concepción, pero aquí solo destaco la concepción de democracia por la que luchan los obreros, y que ni se reduce ni se contenta con la democracia sindical formal. Lo que buscaban era la democracia en la conducción de la producción. La reducción por parte de la mayoría de la izquierda a una lucha por democracia sindical redujo no solo el alcance sino el atractivo, porque aun con democracia sindical el trabajo seguía siendo explotación, tiranía y despotismo. Así, siguiendo el argumento de Gramsci respecto del sentido común y el buen sentido, el discurso de democracia sindical era de sentido común, es decir, lo que la clase tomaba prestado de la concepción burguesa del mundo, mientras que acción directa expresaba en los hechos su buen sentido, es decir, la filosofía de la praxis asentada en la reflexión y crítica del presente.[21]
Fuentes
Punto Crítico (1974) (1977)
AHMSA Avante (1978)
Palabras y Silencios (1999)
El Quíubo (1979)
El Monitor (1979)
Cuadernos Políticos (1976)
Entrevistas
Everardo Barraza ( 9 de abril 2015)
Ricardo Llanas ( 9 de noviembre 2016)
Benedicto Martinez (18 de noviembre 2016)
Claudio Montoya (9 de julio 2019)
Bibliografia
Garza Dionisio. “La democratización en la sección 147 (Monclova) del sindicato minero-metalúrgico,” en Los sindicatos nacionales en el México contemporáneo, vol. 2: minero-metalúrgicos, coord. por Javier Aguilar García: Ciudad de México, GV editores, 1987.
Trejo Delarbre Raúl. “Lucha sindical y política: el movimiento en Spicer”, Cuadernos Políticos No. 8, abril-junio 1976, 75-90, para un análisis contemporáneo y polémico.
En Línea
Paco Ignacio Taibo II, “Poder obrero: la lucha de los trabajadores de Spicer”, en Rojo y Negro Blog, Hilo Rojo y Negro: Poder Obrero. 121 días de lucha SPICER Paco Ignacio Taibo II. http://rojoynego.blogspot.com/2010/11/poder-obrero-121-dias-de-lucha-spicer.html
[1] Gramsci, “Workers’ democracy”, L’Ordine Nuovo, 21 junio 1919, y “The Turin factory council movement”, L’Ordine Nuovo, 14 marzo 1921, en MIA; Mattick, “Workers’ control” (1967), en Priscilla Long, coord. The New Left: A collection of essays, Boston: Porter Sargent, 1969, en MIA; Montgomery, “Workers’ control of machine production in the nineteenth century”, Labor History (1976) y posteriormente en la colección de estudios bajo el título Workers’ Control in America (1979); Jonathan Brown, Workers’control in Latin America, 1930-1979, Chapel Hill, The University of North Carolina Press, 1997.
[2] Véase, por ejemplo, Dionisio Garza. “La democratización en la sección 147 (Monclova) del sindicato minero-metalúrgico,” en Los sindicatos nacionales en el México contemporáneo, vol. 2: minero-metalúrgicos, coord. por Javier Aguilar García: Ciudad de México, GV editores, 1987, p. 212.
[3] Gerardo Necoechea Gracia, Después de vivir un siglo: Ensayos de historia oral, Ciudad de México, INAH, 2005, pp. 138-39.
[4] Gerardo Necoechea Gracia, “Rompiendo estereotipos sobre la vida obrera”, Palabras y Silencios, Vol. 2, Núm. 1, 1999.
[5] Everardo Barraza, entrevistado por Gerardo Necoechea Gracia, Chihuahua, 9 abril 2015.
[6] Claudio Montoya, entrevistado por Gerardo Necoechea Gracia, Saltillo, 9 julio 2019.
[7] Taller sobre relatos de vida: Experiencias en la lucha sindical, 9-30 de julio, 2023, Ciudad de México.
[8] “Produjeron más los de confianza”, El Quíubo, No. 49, 26 de noviembre, 1979, p. 1.
[9] “Inconformidad en la Sección 11. 1200 trabajadores acordaron ‘fallar’ mañana”, El Monitor, 22 de abril, 1979, p.1.
[10] Everardo Barraza, por Gerardo Necoechea Gracia, Chihuahua, 9 abril 2015.
[11] Ricardo Llanas, entrevistado por Gerardo Necochea Gracia, 9 de noviembre, 2016.
[12] “112 millones se gastaron en talleres externos”, AHMSA Avante, No. 297, noviembre 1978, pp. 1-2.
[13] Benedicto Martínez, “Experiencias que cambiaron mi vida,” Taller sobre relatos de vida: Experiencias en la lucha sindical, 9-30 de julio, 2023, Ciudad de México.
[14] Ricardo Llanas, entrevista.
[15] “En la Majestic de Tlaxcala. ¡Contra la explotación demencial: La huelga proletaria!”, Punto Crítico, No. 27, abril de 1974, p. 9.
[16] “Retroceso patronal en Sabritas”, Punto Crítico, No. 79, agosto de 1977, p. 17.
[17] “Despedidos en Nissan: Embestida patronal”, Punto Crítico, No. 83, noviembre de 1977, p. 13.
[18] Benedicto Martínez, entrevistado por Gerardo Necoechea Gracia, 18 de noviembre, 2016.
[19] Everardo Barraza, entrevistado por Gerardo Necoechea Gracia, Chihuahua, 9 abril 2015.
[20] Paco Ignacio Taibo II, “Poder obrero: la lucha de los trabajadores de Spicer”, en Rojo y Negro Blog, Hilo Rojo y Negro: Poder Obrero. 121 días de lucha SPICER Paco Ignacio Taibo II (rojoynego.blogspot.com)
http://rojoynego.blogspot.com/2010/11/poder-obrero-121-dias-de-lucha-spicer.html; el autor explica que el folleto estaba en la imprenta cuando los trabajadores decidieron terminar la huelga. Está escrito en primera persona, aunque Taibo no era obrero de Spicer, presumiblemente porque reproduce y sintetiza los que diferentes obreros narraron sobre su vida y acerca de la huelga. Véase Raúl Trejo Delarbre, “Lucha sindical y política: el movimiento en Spicer”, Cuadernos Políticos No. 8, abril-junio 1976, 75-90, para un análisis contemporáneo y polémico.
[21] Antonio Gramsci, El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce, Buenos Aires, Nueva Visión, 1971, pp. 10-14.
* Gerardo Necoechea Gracia: Doctor en historia por la ENAH, profesor del posgrado en la misma institución, investigador de la Dirección de Estudios Históricos del INAH. Se especializa en la historia de la izquierda política y los movimientos sociales en el siglo XX. Entre sus publicaciones se encuentran Parentesco, comunidad y clase: mexicanos en Chicago, 1916-1950 (2018).
Contacto: gnecoechea@yahoo.com
Control obrero y acción directa en el nunca quieto piso de fábrica en los setentas del siglo XX.
Resumen: En la década de 1970, los trabajadores industriales mexicanos desarrollaron control obrero y acción directa como respuesta a la explotación capitalista. Estas incluyeron estrategias individuales —ausentismo, apropiación de materiales— y tácticas colectivas, como el tortuguismo y la estricta observancia contractual, que desafiaban a patrones y sindicatos corporativos. Casos en Santa Bárbara, Altos Hornos, Sabritas y Nissan muestran cómo estas prácticas se consolidaron mediante aprendizajes colectivos y formación política informal. La acción obrera trascendió reivindicaciones inmediatas, orientándose a la democracia en la conducción de la producción y a la construcción de una conciencia crítica con potencial transformador social.
Palabras clave: trabajadores/ trabajo/ acción directa/ control obrero
Workers’ Control and Direct Action on the Never-Quiet Factory Floor in the 1970s
Abstract: In the 1970s, Mexican industrial workers developed workers’ control and direct action in response to capitalist exploitation. These included individual strategies —absenteeism, misappropriation of materials— and collective tactics, such as go-slows (or working to rule) and the strict observance of contract rules, which challenged both employers and corporate unions. Cases at Santa Bárbara, Altos Hornos, Sabritas, and Nissan show how these practices became consolidated through collective learning and informal political education. Workforces’ action transcended immediate demands, focusing instead on democracy in the management of production and on the building of a critical consciousness with transformative social potential.
Keywords: workers/ labour/ direct action/ workers’ control
Cómo citar este artículo:
Necoechea Gracia, Gerardo. “Control obrero y acción directa en el nunca quieto piso de fábrica en los setentas del siglo XX.” Gaceta Criba, no. 10, oct.-dic. 2025, pp. 55–69.
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