qué/ ¿poesía?
Proximidad de la poesía. Parte II. Por Luis Cortés BargallóLuis Cortés Bargalló *
Proximidad de la poesía
(segunda parte de dos)
La tentativa de todo poema es “tocar”, establecer contacto directo con las cosas, los hechos, los seres, lo que percibimos de ellos, nuestro propio estado de ánimo al hacerlo: tocar es “situarse en relación”, afirma John Berger. En las Odas elementales de Neruda, la muy conocida sobre la cebolla, nos dice en su primera estrofa:
Cebolla,
luminosa redoma,
pétalo a pétalo
se formó tu hermosura,
escamas de cristal te acrecentaron
y en el secreto de la tierra oscura
se redondeó tu vientre de rocío.
Bajo la tierra
fue el milagro
y cuando apareció
tu torpe tallo verde,
y nacieron
tus hojas como espadas en el huerto,
la tierra acumuló su poderío
mostrando tu desnuda transparencia,
y como en Afrodita el mar remoto
duplicó la magnolia
levantando sus senos,
la tierra
así te hizo,
cebolla,
clara como un planeta,
y destinada
a relucir,
constelación constante,
redonda rosa de agua,
sobre
la mesa
de las pobres gentes.
El poeta, para empezar, le habla de tú y así establece un plano horizontal de cercanía del que la cebolla, simple y profunda, se va elevando desde adentro de su propio ser, capa a capa, como si se la descubriera en su propia naturaleza y en ella se la dejara fructificar, incluso de manera voluptuosa, por su cuenta. En ese adentrarse en su materia, establecer contacto significa reconocer también el poderoso impulso que la hace madurar, y verse envuelto en él y refrescados por su vigor, porque ya no es distinto al que permite revelar algunos de sus prodigios, como ese “vientre de rocío” o la gemela imagen —florecida, germinada ya—, “redonda rosa de agua”. Devuelta a la realidad de la mesa, la cebolla es la misma, pero toma una condición de “constelación constante”, porque, por un momento, el fenómeno poético acrecentó nuestra mirada y, por tanto, lo vivido, la experiencia misma y sus saberes.
En los Ejercicios materiales de Blanca Varela, un poema llamado “Ternera con tábanos” nos abisma en una “sucia” y negra constelación de muy distinto orden, y ateniéndose a los datos de la insoslayable realidad nos acerca a una escena que no podemos dejar de interiorizar, hacerla nuestra hasta que hiere y estremece, porque en mucho nos revela nuestra propia condición y, más aún, nos deja ver bajo una inmensa y dolorosa luz —que nos traspasa— al otro ser, del que ya no podremos estar separados. Su realidad y la nuestra recobran en el sufrimiento su perturbadora unidad y cercanía:
podría describirla
¿tenía nariz ojos boca oídos?
¿tenía pies cabeza?
¿tenía extremidades?
sólo recuerdo al animal más tierno
llevando a cuestas
como otra piel
aquel halo de sucia luz
voraces aladas
sedientas bestezuelas
infamantes ángeles zumbadores
la perseguían
era la tierra ajena y la carne de nadie
tras la legaña
me deslumbró el milagro mortecino
la víspera el instinto la mirada
el sol nonato
¿era una niña un animal una idea?
ah señor
qué horrible dolor en los ojos
qué agua amarga en la boca
de aquel intolerable mediodía
en que más rápida más lenta
más antigua y oscura que la muerte
a mi lado
coronada de moscas
pasó la vida.
La poesía invita a confiar en los sentidos, que es como confiar en una rendija, sabiendo que lo que no se alcanza a ver por ella es también parte de la experiencia sensorial urgida de más sentidos. Esa rendija —la poesía está llena de rendijas—, también es un “detente y mira”, una señal, un gesto, una salida.
Cuando el poema ha conseguido la cercanía necesaria a veces nos saca de él para dejarnos con nosotros mismos meditando en eso que se desprende de la expresión “caer en la cuenta” y que comparten tanto el poeta como el lector, así sea atribuyéndole distintos sentidos. Cuando Pavese decía que un poema lo estaba haciendo “sonreír” lo que quiere decir es que se había establecido ahí una manera de comprensión que difícilmente podría desprenderse de una explicación y menos aún de un procedimiento descriptivo. Para que esto se dé se necesita de una desliteralización que desborda los objetivos de cualquier lenguaje de uso y lo devuelve a una condición íntima, quizá la condición original de todos los lenguajes.
Todo lo que nos acerca también nos aleja, y esto es parte de lo que el poema asume cuando se aproxima y, al mismo tiempo nos ofrece lejanía y perspectiva, es decir, un punto de vista. Aunque el poema se mueve en la cercanía, éste plantea diferentes distancias espacio temporales y también de carga emocional. En el lenguaje poético estos emplazamientos se consiguen mediante una intervención en cada una de las aristas de ese triángulo en el que se basa nuestra relación con las palabras: percepción del signo; relación de éste con la experiencia (lo conocido); reconocimiento del sentido. Al intervenirlas busca su desbordamiento: un signo más abundante o crítico que nos pueda relacionar con algo muy lejano o, todavía más, con lo próximo desconocido, donde quedamos a la intemperie de sentidos inesperados o más abundantes. Todo esto se da sin muchas concesiones y su interacción no depende de un código simplificado o aislado (estímulo-respuesta): se presenta con toda la complejidad de una entidad viva que indaga e inaugura nuevas y distintas conexiones que van más allá de lo previsible, por no hablar de lo catalogado por nosotros mismos o el acuerdo social.
La cercanía también es condición para que aquello que muchos denominan “inspiración” se presente, y entiendo por ella, no lo que muchos denominan como una facultad o un don, pues eso parece más una metáfora, sino las condiciones y la capacidad de asociar vívidamente —aproximar— una cosa con otra, una sensación con otra, una emoción, un pensamiento, en un momento dado: un estado amplio de receptividad. Porque el artista no crea a lo divino, es decir, a partir de nada, sino que crea con lo que tiene a la mano, desde su propia manera de relacionarse con el mundo y consigo mismo; desde su memoria, su presente, su cultura, sus palabras, así sea para subvertirlos. Acercar las cosas implica estar cerca de ellas, incluido en el mundo; esto se hace con fervor, porque también se trata de deseo.
Para constatar su necesidad de proximidad, el poema manifiesta su voluntad de relación desde su forma sensible; por eso pide —a veces con muchas reservas y hasta sembrando una duda de carácter, si se quiere, instrumental— ser creído. Y con esto no me refiero al principio de verosimilitud que se le pide a cualquier representación estética. Su reclamo, su llamado de atención apunta hacia la empatía, y no descartaría la esperanza, porque aunque la poesía no está propiamente a la vuelta de la esquina, pero podría estarlo, porque eso sería posible y sucede, se nos presenta también como espera y por eso vibra y en eso la reconocemos y aun la presentimos. Al buscarnos la encontramos necesaria.
Un poema aspira a reflejar la poesía, al hacerlo nos propone la mayor proximidad con el fenómeno que aloja: cercanía con las cosas del mundo y la infinidad de maneras que hay de ser sensibles a él, muchas de ellas cargadas de misterio. La experiencia que nos ofrece el poema atraviesa el medio lingüístico que le da sustento pero conlleva el intento de llevarnos más allá de las palabras, dar también cabida a la vastedad de lo no verbalizado, que conforma la mayor parte de nuestras relaciones; las palabras cobran bajo esta presión una condición y un fulgor distintos. Cobijan y conducen, incluso cuando desemboquen en registros que rebasan los de nuestra propia experiencia; al llevarnos más allá de ellos pueden revelarlos, por virtud de su sustancia que nos toca, como una experiencia propia. La poesía y el poema restituyen la palabra y, por tanto, dejan ver los otros rostros del lenguaje, haciéndolo “admirable”, es decir, que se pueda o se deje ver, porque saben que, como dice Butor y otros, “todo pasa por allí” —incluso lo que no podría desde la “normalidad”— y es muy posible que sin el brillo, la mirada al ras de la poesía, ese movimiento pase inadvertido, inmerso en la opacidad de la indiferencia, el descuido y la miseria.
Proximidad, cercanía con la vida, con uno mismo; inmersión en la propia condición humana, de eso tratan los poemas y en eso consiste la imantación de la poesía. Edgar Bayley lo ha dicho admirablemente:
Sin el deseo, sin el porque sí de la alegría, sin el verbo poético, lo necesario se diluye, pierde su carácter imperativo, y ello no ocurre porque surjan requerimientos nuevos o de nivel más alto, sino porque el desamor, el desgano y el desolador ¿para qué? se enseñorean de nuestro mundo, lo van destruyendo, y no sólo deja de satisfacerse lo necesario: hasta nuestra propia vida malogra su sentido, al extinguirse en nosotros la poesía que da fundamento y razón de ser a nuestro decurso vital. Por eso ha dicho bien Elytis: “la poesía comienza allí donde la muerte no tiene la última palabra”.
Luis Cortés Bargalló
Luis Cortés Bargalló (Tijuana, B. C., 1952), poeta, editor y traductor. Estudió comunicación (UIA), la maestría en letras mexicanas (UIA-UNAM) y música (CNM).
Ha publicado varios títulos de poesía. Por más de cuatro décadas se ha dedicado al trabajo editorial. Ha realizado trabajo de edición, producción y desarrollo de proyectos editoriales para las principales editoriales del país y también para diversas instituciones culturales y académicas.
Entre 2016 y 2019 fue coordinador editorial de la Academia Mexicana de la Lengua. Actualmente es colaborador de la unidad editorial de El Colegio de San Luis, editor de la gaceta Criba y de la colección Libros del Alicate.