17 de febrero de 2025
Una década al servicio de la caridad: las Hijas de María Josefinas y su labor en los hospitales de México (1890-1900)Una década al servicio de la caridad: las Hijas de María Josefinas y su labor en los hospitales de México (1890-1900)
Por María Fernanda Romero Mendoza*
Introducción
Durante la última década del siglo XIX las Hijas de María Josefinas, mejor conocidas como las hermanas josefinas, se hicieron cargo de los cuidados en varios hospitales de México. El objetivo de este trabajo es visibilizar la participación de estas mujeres religiosas en el campo de la salud y mostrar un ala del amplio proyecto de restauración eclesiástica que se desarrolló en la segunda mitad del siglo XIX e impactó el funcionamiento de algunas instituciones de salud. A través de una revisión de la prensa perteneciente a la congregación josefina podemos reconstruir el trabajo que durante diez años realizaron un grupo de mujeres que tenían como uno de sus principales fines hacerse cargo del mayor número de hospitales y, de esta manera, extender también el alcance de la congregación josefina, nacida precisamente para acompañar desde el campo religioso trabajos seculares (Romero Mendoza, 2023).
De esta forma, primero describiremos brevemente el contexto y hablaremos del programa al que pertenecieron las hermanas josefinas y así entender la importancia que representó para ellas fundar o hacerse cargo de los hospitales en México, teniendo presente su trabajo como una obra de caridad. Segundo, abordaremos los distintos hospitales que durante la última década del siglo XIX fueron atendidos por las josefinas a partir de las cartas que ellas mismas escribieron y que enviaron al superior general de su congregación, asimismo, realizaremos algunas consideraciones presentes en estas cartas que no necesariamente nos hablan de su trabajo en los hospitales, pero que nos presentan las situaciones por las que atravesaron estas mujeres y el motivo que les ayudaba a cumplir su labor. Por último, presentaremos un pequeño cuadro que nos ayudará a visualizar mejor la información presente en texto y que pueda ser útil para algunos investigadores que sigan esta línea historiográfica y les ayude a establecer, así sea de manera mínima, un panorama del personal encargado de algunos hospitales en México.
Un vacío que llenar
En 1874 el presidente Sebastián Lerdo de Tejada promulgó una Ley Orgánica que incorporaba a la Constitución de 1857 las Leyes de Reforma; esta ley decretaba la prohibición de órdenes monásticas en el país, por lo tanto, las Hermanas de la Caridad fueron expulsadas de México. Ellas se habían encargado por casi tres décadas de educar a las niñas, de brindar asistencia a niños huérfanos, a heridos y al cuidado de los enfermos en los hospitales (Merlo, 2023). A decir de O´Brien, las Hermanas de la Caridad ejercieron una política administrativa médica con “un estilo de tratamiento clínico caritativo, empático y popular” (O´Brien 2024, 388).
El arzobispo de México, Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos (1863-1891), en conjunto con José Ignacio Árciga (1868-1900) y Pedro Loza (1868-1898), arzobispos de Morelia y Guadalajara, respectivamente, se pronunciaron frente a estos hechos y los consideraron un duro golpe para la Iglesia católica mexicana. En respuesta, redactaron en 1875 la Instrucción Pastoral que pretendía hacer frente a las disposiciones legislativas y planteaba un programa a seguir enfocado en la educación, las prácticas religiosas y el fomento de asociaciones católicas.
El documento en cuestión ha sido señalado por la historiografía como un programa de restauración eclesiástica que definía las pautas que debían adelantar los católicos en el nuevo orden liberal. El texto dedica un apartado entero para hablar sobre la situación de las Hermanas de la Caridad y hace una invitación a las “señoras católicas” para que llenasen el vacío dejado por dicha agrupación religiosa, los arzobispos se expresaron públicamente en los siguientes términos:
A vosotras, pues, señoras católicas, debemos ahora dirigir nuestra voz, y en efecto la dirigimos, exhortándoos con instancias, a que por medio de esfuerzos extraordinarios os apresuréis, si no a llenar el inmenso vacío producido con la supresión de aquel santo instituto, sí a continuar en parte las obras de caridad a que daba calor y vida, en cuanto lo permitan el estado y condición en que la Providencia os haya colocado (Instrucción 1875, 45).
Por otro lado, de manera particular, el arzobispo Labastida se encargó de colocar a un grupo de mujeres religiosas para que siguieran ejerciendo las actividades que, hasta el momento de su expulsión, las Hermanas de la Caridad habían realizado; estas mujeres fueron las Hijas de María Josefinas. De la mano del Superior General de la congregación josefina, el padre José María Vilaseca, decidieron que la congregación de las Hermanas Josefinas también ocuparía la casa central de las religiosas que dejaban el país. La prensa josefina se expresó así frente a este acontecimiento:
… se propuso fomentar la fundación de las Hijas de María Josefinas a fin de poder con esto remediar algunos de los grandes males que se lamentaban, debido a la expulsión de las Hermanas. Para poderse establecer, dispuso el Ilmo Sr. Arzobispo que pasasen a ocupar el edificio conocido con el nombre de “Casa Central de las Hermanas” o casa de las Bonitas […] quedaron definitivamente establecidas, dándose a conocer desde entonces como Hijas de María Josefinas (El Propagador 1897, 91-92).
La congregación de las Hijas de María Josefinas ya se había creado tres años antes, teniendo como superiora a Cesárea Esparza y Dávalos. Estas mujeres se encargaban principalmente de la instrucción de la niñez y la juventud, de propagar la devoción de san José, y “practicar la verdadera Caridad en favor de los pobres enfermos” (Misioneros Josefinos, 1931, 114). Para finales del siglo, las Hermanas Josefinas ya eran conocidas por su trabajo en el cuidado de los enfermos, El Propagador se refirió a ellas comentando que comenzaban a llenar el vacío dejado por las “inolvidables Hermanas de la Caridad” (El Propagador 1895).
Entre los servicios de cuidado que desarrollaron las hermanas josefinas se encontraban la asistencia a domicilio que brindaban principalmente a los enfermos de tifo, la dirección y práctica de obras de beneficencia en los hospitales y la orientación de ejercicios a “mujeres desgraciadas” (El Propagador 1897). El llamado de los prelados católicos a llenar el vacío dejado por las Hermanas de la Caridad, tanto a la feligresía en general y a la congregación josefina en particular, tuvo eco en las décadas siguientes al llamado. Así, ya para el año de 1897 las hermanas josefinas hacían un recuento de todos los hospitales que atendían en el país y reseñaban en sus cartas la participación de otras mujeres católicas, esposas y madres de familia, que participaban en la fundación y administración de algunos hospitales de manera colectiva, tal es el caso de los que presentamos a continuación.
Espacios de caridad
Los hospitales desde la perspectiva católica eran los espacios destinados a ejercer y fortalecer la virtud de la caridad. De acuerdo con el Catecismo de la Iglesia Católica, la caridad es la virtud teologal por la que se ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo por amor de Dios (Juan Pablo II, 1994).[1] En 1893, sor Cesárea de J. Vélez lo enunció en una de sus cartas en donde afirmó que el administrador del Hospital de San Andrés Chalchicomula había elogiado la caridad con que las hermanas josefinas trataban a los enfermos en los establecimientos de beneficencia cristiana, del sufrimiento que rodeaba esos establecimientos; pero a la vez, de la “dicha que tenían los pobres enfermos de aquel hospital en verse asistidos no por gente mercenaria, sino por verdaderas cristianas, y por almas consagradas a Dios…” (El Propagador 1893, 113), agregaba Cesárea en su carta, que las reacciones de los enfermos (de llanto y conmoción) y las palabras del administrador las invitaban a que su caridad estuviese más “solícita, cuidadosa y tierna”.
El mismo año, sor Eulalia Tapia escribía al padre Vilaseca sobre un nuevo hospital que se les había encomendado en Guadalajara. La religiosa escribía desde el Hospital de San Pedro, en Tlaquepaque. En este lugar afirma que atendían a treinta enfermos y se disculpa con el destinatario de la carta por su demora en escribir, pues dos de ellos tenían demencia y ello les causaba mayor trabajo, agregando que estaban a cargo de la asistencia del padre capellán de los empleados de la casa donde se alojaban y del aseo de una casa de ejercicio y que sólo eran cuatro hermanas josefinas para tanta labor; no obstante, en la misma carta, Eulalia Tapia justifica el recargo de trabajo como obras de caridad (El Propagador, 1893).
La religiosa continúa su redacción comunicando que la señora Nicolasa Luna de Corcuera, descrita como “persona muy recomendable de Guadalajara”, quien era la encargada del Hospital del Corazón de Jesús que se estaba construyendo en dicha ciudad, deseaba que las hermanas josefinas lo pudieran atender, pues quería que el nuevo hospital estuviese limpio, aseado y en orden como se encontraba el Hospital de San Andrés de Tlaquepaque. La redacción termina insistiendo con el envío de las hermanas josefinas para el nuevo hospital.
Tanto la carta de Cesárea de J. Vélez como la de Eulalia Tapia muestran entusiasmo por el nuevo encargo que se les había hecho a la congregación: se trata del Hospital Concepción Béistegui que se encontraba en la calle de Regina, en el centro de la Ciudad de México. Aunque dentro del periodo revisado no se encontró ninguna carta procedente de este hospital, su nombre sí figura en el Catálogo General de las Hijas de María Josefinas que fue remitido al padre Vilaseca en donde se encuentran los nombres de las mujeres que estaban atendiendo el hospital para la época en que se realizó esa información y que agregamos en el cuadro de información que se encuentra al final de este artículo.
Al mismo tiempo, el Hospital de Nuestra Señora de los Dolores que se estableció en la calle 2ª de Aztecas, en la Ciudad de México había sido fundado por la Junta de Caridad de Nuestra Señora de los Dolores, una asociación de mujeres católicas en la que Isabel Fages fungía como presidenta y María F. de Suárez como secretaria. Se dio a conocer la noticia de este Hospital por medio de la invitación a la bendición que haría el arzobispo Próspero María Alarcón y se señalaba que tres hermanas josefinas eran las que se harían cargo de la nueva institución; que, además, contaba con una botica que también estaría atendida por las hermanas y, de esa forma, se regularía mejor la economía del nosocomio. Cerraba la invitación agradeciendo a las fundadoras, comentando que en aquella época hacían falta “obras de caridad en favor de los pobres enfermos” (El Propagador 1895).
Al año siguiente, las hermanas josefinas estaban anunciando el encargo de un nuevo hospital en Durango. Desde Ciudad Lerdo, sor Julia Manríquez escribió que eran cuatro las mujeres religiosas que se harían cargo, comentando que el jefe político de aquel lugar fue quien las solicitó, las atendía con mucha consideración y les daba la libertad para administrar el hospital por lo que ellas establecieron la “mayor economía para corresponder a tan insigne bienhechor” (El Propagador 1896). La carta de Julia Manríquez es muy interesante por la descripción tan detallada que realizó sobre las instalaciones del hospital, diciendo que era amplio, limpio y con bastante luz, con el agua necesaria para las labores y construido a las afueras de la ciudad. El lugar está rodeado por jardines e incluso la remitente afirma que el nosocomio parece un palacio que alivia un poco el sufrimiento de quienes lo habitan.
La hermana josefina en esta carta hace referencia a la “caridad pública” para atender a los enfermos, por lo que podemos pensar que la mujer apela al carácter gubernamental del edificio y al jefe político que las mandó llamar, refiriendo de esta manera que el Estado podía ejercer labores de caridad, por no decir de beneficencia pública que era el término con el que se le conocía a los centros públicos de salud, más que la obligación del Estado, los hospitales podían apelar a la buena voluntad de una persona, en este caso de Ramón Castro, jefe político de Lerdo en el estado de Durango.
Tenemos noticia de que en el hospital de Lerdo se abrió una botica porque la hermana josefina sor María Guillén escribió al padre Vilaseca a principios del año de 1897 en donde informaba que ella la atendía y tenía la colaboración de un médico, además de que había hecho un pedido a Estados Unidos para surtir la botica de las sustancias que hicieran falta. Termina su carta elogiando la caridad de Ramón Castro y mencionando lo pesado del trabajo para las pocas hermanas josefinas, pero justificando nuevamente como un acto de caridad de cada una de ellas (El Propagador 1896).
La queja del exceso de trabajo por las pocas personas atendiendo a los enfermos fue constante en varias de las cartas escritas por las hermanas josefinas, así, Teresa Vélez escribió desde Chalchicomula para referir a su remitente que la disculpara por la demora en contestar a su carta, pues además de atender a los enfermos del hospital, que señala un rango entre quince y veinticinco, también debían dar servicio a los presos de la cárcel del lugar cuyo número era de ciento dieciocho. La hermana aprovecha la ocasión para comentar todas las celebraciones y prácticas religiosas que han tenido lugar en el nosocomio y en las que el jefe político y el director del hospital aprovecharon para dar comida a los enfermos; mientras que las señoritas pertenecientes a una conferencia católica (no se refiere a cual) brindaron comida a las asistentes a un retiro espiritual; y una que “una de las personas que favorece el Hospital” costeó la música que amenizó aquella celebración religiosa (El Propagador 1897).
Una de las cartas que llamó nuestra atención fue la referente a la hermana sor Luz Saavedra, quien escribió desde el Hospital de Nuestra Señora del Carmen de Culiacán, debido a que, en su carta muy extensa, le dio mayor espacio a pormenorizar los inconvenientes que tuvieron en el camino, lo áspero y peligroso de la sierra, la falta de alimento, las incomodidades a la hora de dormir y las demoras por la lluvia; tanto así, que el editor de la revista josefina se permitió realizar un comentario proponiendo que “[…] aumentado el progreso y los días de paz, aumente el buen arreglo de los caminos” (El Propagador 1897, 121). No obstante, la madre josefina no perdió el sentido del humor para agregar que:
… por efecto de las aguas, el camino estaba tan desigual, que quedamos mas maltratadas por los botes y rebotes y continuos vaivenes de la diligencia […] en esa vez no fuera ningún pasajero; así que es que los tumbos y los embates del mal camino los pasamos solas y nos podíamos reír de sentirnos a cada paso como levantadas por resortes… (El Propagador 1897, 121)
Después de un viaje de más de veinte días en diligencia, caballo y vapor desde Guadalajara, al llegar a Culiacán la población salió a las calles a recibirlas. Lo único que se dice referente al hospital es que las señoras y los señores que las habían solicitado estaban ahí reunidos para recibirlas.
Sor María Urbizo escribía una carta desde Orizaba en junio de 1898 para informar del trabajo de las josefinas en el Hospital de Niños Isabel la Católica, que fundó Juan Bustillo y que tenía un mes funcionando y en donde habían atendido ya a nueve niños (El Propagador 1898). La fundación de este hospital en Orizaba es calificada por la madre como una obra de caridad y cuyo espacio les sirve para hacerle bien a la niñez de aquel lugar.
El Hospital de San Vicente de Paul fundado por el párroco del lugar y sostenido por la Conferencia de Señoras de la Caridad en Tepic también solicitó los servicios de las hermanas josefinas en dicha empresa y, para ello, el cura José María Díaz envió el documento en el que el arzobispo de Tepic, Ignacio Díaz (1893-1905), autorizaba que las Hijas de María Josefinas se hicieran cargo del hospital. Y así fue como llegaron tres hermanas josefinas a la fundación de Tepic. Su llegada no fue muy diferente a las hermanas que hicieron el viaje de Guadalajara a Culiacán y Sor María Urbizo también le dedicó un espacio en su carta a la Superiora General para hablarle de su camino de Tequila a Tepic, reseñando su ruta como “… un cerro elevado donde hay multitud de árboles, arbustos y matizas flores, una profundidad muy respetable donde se ve correr agua…” (El Propagador 1898, 199), sin dejar de mostrar su miedo y admiración a la vez por viajar en caballo por aquellos lugares que eran tan “pintorescos” y a veces se asemejaban a un “Paraíso”.
Al parecer, el viaje, y más si era por lugares inhóspitos, se convirtió en algo digno de comentar en las cartas de las josefinas. A principios del siglo XX desde el Hospital de Ciudad Victoria, la hermana sor Virginia Flores comenzó expresando que su viaje había sido muy feliz. En el escrito se informa que el hospital cuenta con asilo y botica para que se pudieran despachar las recetas ahí mismo, además hace referencia a la colocación de una bomba en la noria que ayudaría al buen servicio del hospital. De igual forma, se resaltó la presencia de otras mujeres involucradas en la gestión del nosocomio, así que se nombra a las señoras de la conferencia (puede ser la de San Vicente de Paul) que están muy contentas con la llegada de las josefinas y de quienes manifiestan tener “una caridad en favor de la humanidad” (El Propagador 1900).
Otra de las cuestiones de importancia en la dirección de estas instituciones de salud es lo referente a la economía, por ello, las josefinas son muy cuidadosas en hacerlo notar en sus cartas:
Respecto a la administración, las sras. están conformes con los gastos que se hacen; llevo mis cuentas exactas y con mucha escrupulosidad por ser dinero tan sagrado de los pobres; y cada ocho días doy el informe del movimiento de enfermos, asilados, consultas y recetas de la calle (El Propagador 1900, p. 303).
Informó qué nombre tiene cada una de las salas del hospital y el santo al cual son dedicadas; mencionó las ordenanzas que les servían de guía para llevar el control de los alimentos de los enfermos; las medicinas que se surten; y lo comparó con el Hospital Béistegui de la Ciudad de México (llamándole el Hospital de Regina) pues decía que parecía un hospital de Regina pero en chiquito.
A manera de conclusión
El vacío dejado por las Hermanas de la Caridad en México en 1874 fue ocupado por las Hijas de María Josefinas en los espacios de salud, manifestando su presencia en una serie de hospitales a lo largo de la república según se puede afirmar de la revisión documental.
Esta acción tiene que ser leída en el marco de un programa de restauración eclesiástica que fue diseñado por los prelados de la Iglesia católica y que se encuentra en la Instrucción Pastoral de 1875; de las acciones emprendidas destaca la invitación realizada a las mujeres para que se movilicen en favor de contrarrestar el daño que causaría la ausencia de las Hermanas de la Caridad y de este modo que las católicas de forma activa pasaran a ocuparse de las labores de instrucción, practicas religiosas, asistencia a enfermos y en términos generales de la ejecución de obras de caridad que beneficiarían a la propia Iglesia y al pueblo mexicano.
En este sentido, la participación de mujeres en el último tercio del siglo XIX viene ligado no sólo a acciones de acompañamiento de lo que bien se podría denominar como una economía del cuidado en los términos descritos por Rodríguez (2015) donde resalta que el papel de las mujeres viene a ser clave a la hora de cuidar a los enfermos y que constituye un aporte económico a la sociedad por medio de la práctica de la caridad.
Además de ello, quisiera señalar que este sistema de atención en el que participaron las hermanas josefinas, si bien se encontraba subordinado a la autoridad de José María Vilaseca, su superior general, también es cierto que a raíz de las cartas revisadas es posible afirmar que ellas tenían su propia estructura administrativa, de gestión de recursos y disposición de acciones para las que no necesitaban de una intervención directa de Vilaseca.
La tarea de recuperar el papel de las hermanas josefinas dentro de la estructura de cuidados de finales del siglo XIX mexicano viene a visibilizar el papel de las mujeres, religiosas y laicas, y presentarlas como partícipes activas no sólo de la vida espiritual sino secular y económica del país en el periodo estudiado, tal y como se puede apreciar en la red de diez hospitales que eran atendidos por las josefinas en siete estados de la república mexicana, en donde se puede ver el año en que se fundó el hospital y las josefinas entraron inmediatamente o el año en que fue recibido; es decir, el año en que mandaron llamar a las josefinas para que atendieran un hospital que ya llevaba algunos meses o años de fundación (véase anexo 1).
Si bien, este ejercicio hace parte de un primer acercamiento a este fenómeno en particular, resaltamos la necesidad de profundizar en el papel de las mujeres laicas tanto como de las hermanas josefinas para poder llenar el vacío que la historiografía ha dejado en torno al papel de las mujeres católicas y su rol no solo en la Iglesia católica mexicana sino también en la atención hospitalaria del país en las postrimerías del siglo XIX.
Bibiografía citada
Instrucción pastoral que los Ilmos. Sres. Arzobispos de México, Michoacán, y Guadalajara dirigen a su Venerable Clero y a sus fieles con ocasión de la Ley Orgánica expedida por el Soberano Congreso Nacional en 10 de diciembre del año próximo pasado y sancionada por el Supremo Gobierno en 14 del mismo mes (1875). México: Imprenta de José Mariano Lara.
Juan Pablo II (1994). Catecismo de la iglesia católica, Santafé de Bogotá: Editorial San Pablo.
Misioneros Josefinos (1931). Biografía del padre Vilaseca por un misionero josefino, México: Imprenta Cosmos.
Merlo Solorio, J. L. (2023). “Representaciones de las Hermanas de la Caridad y la enfermería laica en La Voz de México, 1870-1908”, Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, (66), 63–89, <https://doi.org/10.22201/iih.24485004e.2023.66.77856> .
O’Brien, E. (2024). “La medicina científica y las Hermanas de la Caridad en la Ciudad de México, 1865-1874”, en Pablo Mijangos, Matthew Butler y Sergio Rosas (coords.), México y el Concilio Vaticano I, México: Universidad Pontificia de México/ Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 387-424.
Rodríguez Enríquez, C. M. (2015). “Economía feminista y economía del cuidado: aportes conceptuales para el estudio de la desigualdad”, Nueva Sociedad, 256 (marzo).
Romero Mendoza, M. F. (2023). “Testimonios de la fe: El uso de los exvotos para la propagación de la devoción josefina en México durante la primera década del siglo XX”, Allpanchis, 50 (92), 29-58.
Hemerografía
El Propagador de la devoción al señor San José y la Sagrada Familia (1890-1900). Misioneros Josefinos.
Anexo 1.
Tabla sobre los hospitales a cargo de las madres josefinas para 1897
Nombre del hospital | Lugar | Año recibido o fundación | Núm. de Hermanas | Nombre de las hermanas josefinas |
Hospital de Beneficencia Española | Ciudad de México |
19 de abril de 1890 Recibido |
11 |
Superiora sor Refugio Calderón, Refugio Rodríguez, Eufrosina Ortiz, Marcelina García, Genoveva Ramírez, Jesús Marroquín. Paula García, Jesús Ponce, Ana María Lozano, Carlota Lima, Margarita González |
Hospital y Escuelas en San Andrés Chalchicomula | Puebla |
15 de enero de 1893 Recibido |
6 | Superiora sor Teresa Vélez, Dolores Amézcua, Teresa Guillen, María Reza, Concepción Ruiz, María S. Hernández |
Hospital y Farmacia de San Pedro Tlaquepaque | Guadalajara |
8 de marzo de 1893 Fundado |
5 |
Superiora sor Refugio Mejía, Francisca Pineda, Clotilde Gutiérrez, Sofia Gutiérrez
|
Hospital Concepción Béistegui en Regina |
Ciudad de México
|
13 de julio de 1893 Recibido
|
15 | Superiora sor Eulalia Tapia, Isabel Moreno, Angela Zavala, Natalia Valdés, María González, Margarita Michel, Jesús Jaramillo, Josefina Martínez, Cayetana Guanti, Catalina Valdés, Guadalupe Languren, Angela Barrón; Coadjuntora Josefa Avilez y María Martínez. |
Hospital y escuela en Teocuitatlán | Jalisco |
8 de mayo de 1895 Fundado |
3 | Superiora Sor María Serrano, Aurelia Serrano y Luisa Río de la Loza |
Escuela y Farmacia en la Hacienda de Buenavista | Michoacán |
10 de noviembre de 1895 Fundado |
4 | Superiora sor Beatriz Meneses, Luisa Vallejo, María Ruiz y Elena Rivero |
Hospicio de Pobres en Zamora | Michoacán |
12 de junio de 1896 Fundado |
3 | Superiora sor Rosario Gámez, Micaela Alcantar, Rosa Castañon |
Hospital en Ciudad Lerdo | Durango |
19 de seprtiembre1896 Fundado |
4 | Superiora sor Virginia Flores, María Guillen; Coadjuntoras Margarita Ruiz e Isabel González |
Hospital y Farmacia en Culiacán | Sinaloa |
22 de julio de 1897 Fundado |
4 | Superiora sor Luz Saavedra, Josefa Méndez, Guadalupe Zamora, Marla Zapiain |
Cuadro realizado por la autora con la información El Propagador, Tomo XXVII, pp.91-96.
[1] Las palabras de una hermana josefina lo expresan de la siguiente forma: “… ya que vemos en los pobres a nuestros Señores, a cuyos servicios nos hemos consagrado viendo en ellos a la persona de nuestro Buen Jesús” (El Propagador, 1893, 200).
* María Fernanda Romero Mendoza: Candidata a doctora en Historia por la UNAM, maestra y licenciada en Historia por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Área de interés: historia social y cultural de los cultos católicos en México. Recientemente ha publicado “Testimonios de la fe. El uso de los exvotos para la propagación de la devoción josefina en México durante la primera década del siglo XX”, revista Allpanchis.